11 LAS IMÁGENES
© Manuel Peñafiel, Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.
6/5/202531 min read
Incrustada en recóndito sitio de mi mente guardo la sensación o sospecha de que fui un pintor rupestre. Me veo desnudo, transpirando mi asombro en imágenes ocres, anaranjadas y amarillas, espontáneamente trazadas en la hermosa y rugosa textura de mi albergue como cavernícola.
Toda la vida es una inmensa caverna; sobre sus paredes orinamos, defecamos, creamos figuras mentales horrendas o sublimes.
La existencia es una cueva y pasamos la vida tratando de salir.
Lo que me motivó a dedicarme a la fotografía fue la rebeldía, nunca he estado conforme en que perezca el portento de la vida, la cual está llena de maravillas dinámicas que el implacable tiempo hace efímeras. Es por estas razones, que soy hacedor de imágenes. El hambriento cazador busca sus presas de la misma manera persigo a las fotografías para alimentarme.
La memoria es corta. La sonrisa se desvanece. El deterioro castiga a la frescura. Por medio de la fotografía es posible arrancarle a la muerte lo que de otro modo nos arrebataría.
Desde su origen el ser humano ha buscado exteriorizar sus sentimientos, la fotografía es uno de los medios con mayores posibilidades, posee la capacidad para manifestar el momento que pasa inadvertido a los demás.
Con esta técnica se puede llegar a la dimensión documental o artística, siendo posible recuperar lo ancestral, lo etéreo, lo finito y lo perecedero. Gracias a esta disciplina creativa se atesora historicidad, espontaneidad, sinceridad y la simultaneidad de acontecimientos precisos.
Una fotografía se convierte en incontrovertible evidencia y con dramáticos cromatismos plasma lo trágico de la vida diaria, la fuerza, la potencia y la impotencia. Este concepto de contemporaneidad se afila cuando se compromete, emergiendo la punzante daga de la denuncia.
La fotografía es un hurto a lo cotidiano, es deslave a la espiritualidad del que oprime el disparador de la cámara, al través de la lente se confirma la ausencia de deidad alguna, la realidad es contundente razón para ratificar la orfandad del ser humano en la infinitud universal; la fotografía es pasión desbordada, es miseria gritona, explosión, conjunción o divorcio, contrastes. Y es una responsabilidad con mensajes visuales dirigidos a la consciencia colectiva; la fotografía es educación, transfusión de ideas, reflexión, experiencia sensorial múltiple, mortalidad, anhelo por lograr la imposible inmortalidad.
La fotografía es un jarro, un satélite, saliva del cosmos, significación, singularidad, pluralidad, muchos días, muchos años, énfasis en la forma, en el realismo, y en ocasiones embajadora de la fantasía.
Necesidad social al fin y al cabo; la fotografía es un medio comprometido con la problemática humana, contiene violencia controlada o ira desatada.
La fotografía expele la injusta crueldad que prolifera en el planeta Tierra, extrayendo la esencia que acentúa el significado de los vuelos trágicos.
Ser fotógrafo es ser irreverente e inconforme, intruso, no siempre se es bienvenido, pues la cámara fotográfica expele imágenes que taladran la estabilidad de explotadores y corruptos.
La fotografía es delatora para algunos. Es verdad y mentira, amplificadora de situaciones obscuras o luminosas. El fotógrafo es antropólogo y testigo de su devenir, hace del pasado el futuro documental.
Una fotografía es página arrebatada al tiempo y obsequiada a la historia.
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Repugnante incidente
Desde la infancia mis conocimientos fotográficos habían sido autodidácticos, así que en 1972, decidí inscribirme en el Instituto Tecnológico de Rochester, EUA para complementarlos. Dos años después, a mi regreso a México, di a conocer algunas de mis imágenes por medio de algunos periódicos y revistas, y aunque apreciaba y agradecía el espacio concedido en dichas páginas, consideraba efímeras este tipo de publicaciones, así que decidí ser el editor independiente de mis propios volúmenes para hacer perdurar mi labor; fue así que comencé a trabajar en un libro sobre el Estado de México, publicado finalmente en 1975.
En ocasiones algunas personas piensan que ser fotógrafo es parecido a ir de vacaciones acompañado de una cámara. La realidad está lejos de eso. Es necesario madrugar. Conducir el automóvil durante muchas horas buscando locaciones, no se come bien. Los elementos climatológicos castigan fríamente o calurosamente. Y surgen situaciones en la que la gente no siempre es amable, sino por el contrario, llega a tornarse hostil y agresiva, como aquel día en que trepé al Cerro de la Santa Cruz, donde se celebraba una de tantas festividades religiosas.
Debido a que la iglesia se halla enclavada en la cima, la cual se alcanza por la única y angosta vereda, me vi forzado a dejar mi camioneta estacionada a las faldas del monte. Con el pesado maletín al hombro conteniendo dos cámaras fotográficas, rollos para diapositivas a color 35mm, junto con media docena de lentes cortos y largos, además del tripie recargado en el otro hombro, fatigadamente escalé aquel resbaladizo sendero de barro.
Cuando llegué al atrio del templo un grupo de individuos se encontraban danzando. Los bailarines todos hombres, vestían pantalones de lustroso satén con borlas de colores cerca de los tobillos, Sobre los hombros les ondeaban coloridas capas del mismo material. Había dos grupos, uno portaba máscaras de madera con rostros tallados de hombres blancos y barbados, el otro llevaba máscaras de oscuros animales y cabezas de águila. Los danzantes golpeaban sus filosos machetes en metálico ritmo marcado por un tamborilero y acompañados de un escuálido y desentonado flautista. Pregunté a uno de los concurrentes que representaban, y desganadamente respondió que el baile se llamaba La Danza de los Doce Pares de Francia, el nombre no me dijo nada, así que insistí en que me dijera quiénes habían sido, él se limitó a alzar los hombros delatando su ignorancia al parejo que la mía, de vuelta en mi apartamento, averigüé en la enciclopedia que aquel bailable representa al emperador franco Carlo Magno y su docena de
“ héroes ” de la cristiandad, los cuales en el relato ficticio medieval, libran una batalla contra los paganos de Alejandría, esta representación fue traída a México por los frailes católicos que llegaron junto con los invasores españoles que arribaron a estas tierras en el siglo 16, y desde entonces ha permanecido como manera de adoctrinamiento.
Después de mi breve diálogo con aquel arisco sujeto, inmediatamente busqué un buen ángulo para disparar la cámara fotográfica, pero para mi desilusión, a los pocos instantes de haber comenzado a retratarlos la música se detuvo.
Me desconcertó la brusca manera en que habían dejado de bailar, pensé que se trataba de un receso. Aquellos bailarines hablaban entre sí, volteando mientras me señalaban. No tardaron en acercarse para rodearme en apretado círculo que me hizo sentir incómodo. Sin quitarse las máscaras que cubrían sus rostros, me preguntaron qué hacía yo ahí. Les respondí que deseaba hacer un libro con las tradiciones de la región, y que por esa razón los estaba fotografiando.
Tras las máscaras sus voces se oían raras con el eco producido que acentuó el agresivo tono con que uno de ellos me espetó:
Tú no perteneces aquí, judío maldito.
Me desconcerté totalmente. Les aclaré que no era judío.
Uno de ellos entonces me retó:
Esa barba es de rabino, no te hagas el idiota.
Lárgate, no deberías estar en esta fiesta de católicos.
Repetí que no era judío, agregando que sí así lo fuera, qué de malo había en eso.
Los judíos crucificaron a Jesús, ladró el más enardecido.
Los machetes que empuñaban aquellos fanáticos me intimidaron a responderles que ellos mismos, y todos los cristianos diseminados por el mundo jamás hubiesen tenido la más remota oportunidad de ser aceptados por el iluso predicador Jesús, pues él se dirigía exclusivamente a los hebreos, aquellos a los que les habían practicado la circuncisión al nacer durante la ceremonia Berit Milá, y posteriormente cumplido con los ritos de su religión, como es el Benei Mitzvá entre otros.
Fueron los rabinos judíos del Sanedrín, quienes lo empujaron hacia muerte por considerarlo peligroso al delatar públicamente el lucro que se hacía en los templos, aquellos rabinos no perdieron el tiempo en hallar un pretexto alegando que el nazareno blasfemaba contra la Ley de Moisés al proclamarse hijo de dios y rey de los judíos.
Poncio Pilatos, prefecto en la provincia de Judea ocupada por los romanos no hallaba delito sustancial, sin embargo, necesitaba un pretexto para calmar a la turba y evitar una revuelta debido al descontento popular debido a los altos impuestos que tenían que pagar al Imperio romano, así que Pilatos confabulado con los rabinos, le dejó la decisión a la enardecida muchedumbre, la cual, sin dudarlo bramó:
¡ Ejecutadle, ejecutadle !
Siendo así que Jesús fue condenado injustamente a ser clavado en el leño, según las leyes romanas aplicadas a los delincuentes.
Sin embargo, lo sucedido en aquella remota época no justifica las persecuciones y masacres que a través de los siglos han sufrido los judíos, acusándoles de haber asesinado a Jesús.
A los bailarines que me acosaban en aquella inesperada situación, quise decirles que su religión estaba divorciada de Jesús, pues el cristianismo lo había elucubrado Pablo, nieto de Herodes el Grande, quien siendo apátrida tras la decadencia de su linaje se dedicó a expandir sus propias doctrinas, autonombrándose apóstol de Jesús.
Pero obviamente no era el momento de hablar de esto, ellos estaban enardecidos, los seres humanos necesitan creer en alguna superstición, de lo contrario, la sensación de saberse solos en este inmenso universo les resulta insoportable. Sin las religiones, no tolerarían la incertidumbre de el por qué estamos en este mundo, sin aceptar que tras la muerte no existe ningún destino paradisiaco.
La mayoría son demasiado cobardes para disfrutar de libertad civilizada, semejantes a un rebaño necesitan pastores que les indiquen el camino, dejándose trasquilar monetariamente cual incultos borregos. Lo abominable es que con el pretexto religioso se cometan genocidios en nombre de los dioses, las religiones han causado numerosas guerras durante la historia de la humanidad.
En aquella cima del apartado Cerro de la Santa Cruz, yo me sentía indignado estaba en peligro de ser una víctima más de la intolerancia religiosa alimentada desde el pasado por hombres ambiciosos que han usado el pretexto de ser los escogidos de algún dios para doblegar a las masas, manipulando a criterios raquíticos con la promesa de un premio celestial tras la monstruosa tarea de matar infieles que no compartan la misma doctrina.
Los fanáticos israelíes descontentos por las políticas a favor de Palestina respaldaron el atentado que le arrebató la vida al Primer Ministro israelí Yitzbak Rabín en 1995, tales judíos descienden de los que condenaron a muerte a Jesús, existiendo muchos casos más de fanatismo religioso en diversas partes del mundo, basta recordar a Godse aquel hindú radical que baleó a Gandhi, los cristeros mexicanos cometieron atrocidades en nombre de su religión, los racistas estadounidenses asesinaron a Martin Luther King, y la lista trágicamente se extiende aún más.
La mayoría de los seres humanos son cobardes que no se atreven a aceptar la realidad de que dios no existe, ni el de los judíos, cristianos, católicos, musulmanes, ni el otras tantas doctrinas.
Si dios existiera sería un padre irresponsable, apático, holgazán, egoísta, pretensioso que dejó a su incierto destino a sus hijos plagados de familias disfuncionales, codicia, envidias, adicciones, delitos, superioridad, racismo y en muchas ocasiones fanatismo.
Los habitantes del planeta Tierra se han perjudicado irremediablemente con sus conductas bélicas descuartizando al prójimo, mencionaré a los gobiernos depredadores de las naciones invasoras, poderosas y también los tiranos de los países subdesarrollados, los miembros del IRA ( Ejército Republicano Irlandés ), de las Brigadas Rojas ( Organización Terrorista Italiana ), sin pasar por alto a los nazis, talibanes, tutsis y hutus, serbios, croatas y bosnios protagonistas de masacres y de limpiezas étnicas. Desde siglos atrás, millones de seres humanos se han convertido en energúmenos enceguecidos por el ansia de poder y la arrogancia de creerse ser portadores de su única verdad.
Los seres humanos disfrazan su xenofobia, odio y ambición tras preceptos religiosos, o su lógica es cancerada por prejuicios raciales que han cegado las vidas de luminosos innovadores.
El cerco que formaban aquellos sujetos en la calurosa cima del monte se cerraba apretándome, en dicho momento me llegó su tufo alcoholizado. Tratando de convencerlos de que mi apellido no era hebreo, les mostré mi licencia para conducir, la cual ni siquiera miraron. Me fustigaban con insultos. Algunos me golpeaban las piernas con las hojas aplanadas de sus machetes, mientras otros trataban de hurgar en mi maletín.
Estaba yo realmente asustado. Ignoraba lo que querían de mí. Burlonamente me empujaban. Luego exigieron que les diera los rollos de fotografía que había tomado alegando que ningún intruso tenía el derecho de robarse su alma capturada en sus retratos, para luego hacerles mal de ojo.
La muchedumbre nos había rodeado cerrándome aún más el paso. Era imposible salir de ahí. Decenas de curiosos se agolpaban para averiguar lo que sucedía.
Uno de los bailarines, me preguntó:
¿ Traes dinero ?
Su exigencia, aunque insultante, fue liberadora. Momentos antes la situación conducía a ninguna parte. Ahora sabía lo que perseguían. Sentía las manos de algunos intentando meterse a las bolsas de mi pantalón. Temí que me arrebataran la cartera. Alcé la voz tratando de sonar enérgico, solamente conseguí que siguieran mofándose tras las máscaras.
Entre los amontonados a mi alrededor, alguno de ellos, gritó:
¡ Miserable judío, te vamos a meter una espina de maguey por atrás !
Las risotadas me hirieron con humillación.
¿ Qué pasó con el dinero ?, les recordé nervioso. Exasperado otra vez por su resentimiento racial.
Impaciente, les grité:
¡ No soy judío, soy mexicano !
Un metiche de entre los curiosos replicó:
No seas mentiroso, tu no tienes pinta de paisano. De perdida eres un pinche gachupín.
Tampoco soy español, respondí tratando de no sesear, pues desgraciadamente tengo ese defecto, y muchas veces la letras s y c las pronuncio como z.
Me sentí enfermo. Los individuos que me apretujaban apestaban a transpiración rancia, y su tufo era de licor y tabaco.
Me tengo que ir, les dije, al mismo tiempo que trataba de empujarlos.
Tú no te vas de aquí, desgraciado, y menos permitiremos que nos rempujes. Aulló uno de ellos.
Metí la mano a mi maletín, titubeando en sacar el revólver .38mm con el que solía viajar. Rápidas escenas pasaron por mi mente.
¿ Qué ganaría si lograba disparar todas sus balas ?
Ellos eran muchos más. Además, la multitud quizá me lincharía. Durante esos momentos de mi dolorosa indecisión, las campanas de la iglesia comenzaron a tañer. Todos los rostros voltearon la mirada hacia la torre del campanario. Los bailarines enmascarados también giraron sus cabezas. Se produjo una escena surrealista, eran todos ellos autómatas respondiendo al sonoro adoctrinamiento. Ninguno habló más. Para mi alivio me dieron la espalda para dirigirse hacia el templo.
Entre los despojos de mi nervioso aturdimiento, escuché voces exclamando:
¡ Ya va a empezar la procesión, apúrense para ir a cargar al santito !
Los feligreses se apretujarían para estar cerca del altar, continuarían aquellos supersticiosos ritos.
Las manos me temblaban. El rostro contraído por la tensión nerviosa pulsaba en mis sienes. Miré alrededor, algunos niños se reían al verme, antes de correr hacia la iglesia me arrojaron los restos de la fruta que estaban engullendo. Vi venir los proyectiles hacia mí, sin embargo, fui incapaz de esquivarlos. Aquel repugnante percance me había petrificado. Las cáscaras de sus mandarinas se estrellaron contra mi pecho sonando a despectivo chasquido, otros gajos y bagazo mancharon mi pantalón, el hueso de un mango me pasó rozando la cabeza manchando mi cabello y la dignidad.
Encogí las patas del tripie, me alivió palpar que mis cámaras se encontraban intactas, emprendí el regreso sin atreverme a voltear hacia atrás. Bajé la pendiente apresuradamente. Las suelas de mis zapatos resbalaban, temí al riesgo de caer en algún barranco. El retorno se alargaba con mi impaciencia.
Por fin pude ver mi camioneta estacionada, tenía la forma de amigable ballenato. Al llegar al vehículo me percaté de que tenía obscenidades pintarrajeadas con estiércol en el parabrisas.
Encendí la marcha, oprimí el acelerador y empecé a gritar. Me dolió el rencor que existe entre mi gente, muchos habitantes de pueblos ahogados en la miseria odian indistintamente a cualquiera que posea lo que ellos no. Mis paisanos han sido despojados a causa de la corrupción gubernamental que se ha enraizado durante décadas, el sistema educativo es profundamente deficiente, escasean las bibliotecas y centros deportivos, falta de empleo y oportunidades han sumido a millones de mexicanos en la miseria, si el estómago está vacío no surge la apetencia por leer, su mente ha sido secuestrada por la televisión comercial envenenándoles con nocivas telenovelas, además, la holgazanería es propiciada por la Iglesia Católica y sus innumerables lucrativos festejos y rituales, millones viven en la obscuridad cultural, llenando su vacío existencial con fanatismo religioso que los arroja a rezar, lanzar cohetes y danzar ante su híbrida deidad que los estafará después de la muerte, pues el prometido eterno paraíso no existe.
Soy mestizo, mis rasgos físicos me hacen parecer extranjero en mi propia tierra, me entristece que muchos de mis paisanos guarden su distancia, con sobrada razón están resentidos, durante siglos han humillados por generaciones y lo más desalentador es que en este siglo 21 el racismo hacia los indígenas persiste.
Allá arriba en el Cerro de la Santa Cruz, fui incapaz de convencer a la muchedumbre de que algunos artistas buscamos la reconciliación social.
Mientras empujaba a fondo el acelerador vociferé escupiendo frustración, la saliva salpicó el tablero de mi vehículo automotriz.
Grité con amargura mientras la aguja del velocímetro se movía hacia la nociva derecha. La garganta me dolió hasta que tosí decepción.
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México, país sin fraternidad ciudadana
La producción de las fotografías me ha llevado por polvorientos caminos. Nunca me pude desprender del nerviosismo cuando arribaba a los pueblos. La cámara atiza recelo en un país donde la mayoría de la gente es infeliz. Hay zonas donde la miseria ha marchitado a hombres, mujeres, niños, bosques y animales.
En estos territorios ahora llamados República Mexicana desde tiempos precolombinos hasta el siglo 21 ha existido una minoría en el poder dictatorial. La mayoría de la gente ha estado oprimida por las decisiones de los gobernantes. Los olmeca, los maya, los totonaca, los zapoteca, los mixteca, los tolteca, los azteca, los mexica, y demás civilizaciones intermedias se caracterizaron por este fenómeno. Los azteca dominaban a las demás etnias de quienes exigían tributo.
La invasión española iniciada por Hernán Cortés el homicida encumbrado se facilitó debido a que los pueblos sometidos por el Imperio Azteca se unieron a los mercenarios y expresidiarios provenientes de Iberia, fueron miles de guerreros los que se aliaron a Hernán Cortés para derrocar al soberano azteca Moctezuma II.
Pero las condiciones de vida de los indígenas no mejoraron. Los españoles traicionaron a sus aliados y esclavizaron a la población con la venia de los frailes católicos. La cultura, sapiencia y costumbres indígenas fueron brutalmente ultrajadas. El mexicano desde entonces quedó en limbo idiosincrásico. Su personalidad que ya estaba subyugada por la dictadura azteca después fue violada por la espuela ibérica.
Una parte del mexicano odia lo autóctono pues fueron sus mismos paisanos quienes antaño los oprimían, y otra parte de su personalidad detesta al hombre blanco que vino a flagelarlo y despojarlo. Muchos mexicanos con ese rencor hacia los que alguna vez fueron sus paisanos opresores, menosprecian hoy en día todo lo que recuerde sus orígenes aborígenes. Como niños nalgueados por la vida corren buscando caramelos importados.
El mexicano igual que un huérfano busca costumbres extranjeras para cobijarse con ellas, pero estas no embonan en su brusquedad cotidiana. Entonces, ¿ quién soy ?, se pregunta a sí mismo. La respuesta no llega, solo el gélido silencio que lo aterra. El mexicano ha buscado sin encontrar. No sabe que su búsqueda terminará cuando mire dentro de él mismo y acepte con naturalidad sus cualidades y defectos mestizos. El mexicano es noble pero no lo acepta, confunde nobleza con debilidad. Es astuto pero revuelve la astucia con la malicia. Es hábil pero aprovecha esta agilidad para hundirse en la viciosa improvisación.
Mi país es violento. La muerte nos ha acompañado desde que germinaron nuestras tempranas civilizaciones.
Desde aquellos tiempos se le consideró a la vida un episodio que conduciría a los individuos a otra situación mejor, enclavada en las mitologías indígenas. Luego vino el adoctrinamiento católico y se creyó que el mundo sólo era un ancho puente de renuncias y penitencias antes de alcanzar la gloria celestial mediante dádivas a los clérigos.
En México desde los albores de las civilizaciones prehispánicas ha existido profundo culto a la muerte. Hoy en día la muerte sigue acompañándonos a diario. Viaja en el raudo autobús de pasajeros, entra a beberse algunos tequilas a la cantina. Camina flaca y violenta en rancherías y ciudades. Habita en hogares y deambula en las llanuras.
El pueblo mexicano no ha echado raíces en la existencia, su aprecio no se ha fortalecido, la vida es tomada como un camino al más allá, sin embargo, no se ha atesorado a la vida como preciado suceso válido por sí mismo, y por lo tanto, merecedor de toda estima.
Una canción del compositor José Alfredo Jiménez destructivamente afirma: La vida no vale nada. Este sentimiento fatalista aunado al poder burocrático que subyuga a la mayoría ha creado a través del tiempo sentimientos aplanados, conformismo, y estatismo en las conductas.
Los gobernantes deben darse cuenta de que por mucho que atesoren no podrán heredar más que problemas a sus descendientes. La corrupta burocracia debe mirar con humildad y precaución hacia el futuro. Cuando los ciudadanos le tomen aprecio y respeto a la tierra comprenderán entonces que este suelo que pisamos es nuestra Patria. Si no respetamos la ecología pronto viviremos en estiercolero, y no hay otro lugar a donde ir.
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Remembranzas del libro El Estado de México
En 1975 con fotografías de flamígeros penachos de danzantes a la usanza aborigen, con ollas de barro, canastas de paja, exuberante fruterío, gigantescas pirámides dedicadas al sol y a la luna, con las imágenes de montañas y cimas nevadas, con personas comunes y amazonas cabalgando hacia dignos crepúsculos finalicé el libro El Estado de México.
Pero no hubo festejo, yo sufría la incertidumbre profesional azuzada por mi padre Ricardo, quien recriminaba mi incierto futuro financiero, alegando que la publicación de libros no era redituable. Minimizaba mi labor, él estaba en frecuente conflicto, en ocasiones me apreciaba, en otras me despreciaba por no ganar suficiente dinero. Éramos dos inconformes carniceros agrediéndonos con los filosos ganchos con que se descuartizan las reses de la cruda existencia. Cuando discutíamos yo le respondía:
Mira, cualquiera puede hacer dinero, consiste en trabajar como obediente burro, en cambio mi trabajo es creativo. Esto quiere decir que hay que producir algo de la nada. Materializar ideas abstractas. Mis libros se venden lentamente, pues los seres humanos, primero tienen que comer, vestirse, pagar la renta, la escuela de los hijos y si acaso les sobra dinero lo emplean en diversiones, el último renglón en que gastan su ingreso se refiere al ámbito cultural, cuando esto sucede, los artistas cumplimos nuestro cometido, en el momento en que las personas se abastecen en las librerías, los lectores se hacen capaces de viajar a lejanos lugares. La imagen y la prosa son los vehículos de la mente. Los libros son los ladrillos culturales con los cuales se edifican las civilizaciones. El desarrollo de los pueblos se apoya sobre tres cimientos: Ciencia, Técnica y Arte.
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En el lapso comprendido entre los años 1975 a 1980, el licor me estimulaba al grado de poder pasar varias horas sin dormir, elucubrando en pantano pesimista o buceando en un sueño de grenetina sin cuajar. Cuando despuntaba el alba llegaban los barrenderos surcando las calles como anaranjadas hormiguitas, así los veía yo desde la ventana de mi departamento en Avenida de Las Fuentes 34 - 101 en Tecamachalco, Estado de México. .
Cierta madrugada sentado sobre la nívea alfombra de la sala sentí la necesidad de escribir. Alcé la vista. Y miré con beneplácito la tersa puerta que separaba el comedor de la cocina. Estaba bonitamente laqueada de blanco. Desde el suelo donde me encontraba se veía inmensa, semejante a enorme lápida o alguna roca de Stonehedge.
Me subí sobre una silla para alcanzar el tope de la puerta y escribir desde arriba hacia abajo. Garabateé las primeras frases. Continué haciendo esto, durante meses, cada vez que alguna idea venía a mi cabeza. Así llegué a cubrir la puerta con tinta negra que decía:
Libertad es poseer alas y no tener la necesidad de usarlas. Nunca te sientas solo, estás contigo mismo. El rehilete del amor está formado por alas de espejo, o efímeros espejismos. Sueña y nunca despiertes. Soy hijo de lagartos y suspiros. Desde una pirámide despego y con un presagio aterrizo. En el sol tuve una erección y al día lo inventé. Una güerita me llevó al mercado, y entonces aparecieron las canastas. Si no me entiendes es que tú no te comprendes. Al día lo engendró un misterio, halla la explicación y te hallarás a tí mismo. Tú que dices que no digo algo nuevo, entonces vuela, recógeme en tus alas y llévame a tu nido. Un anzuelo es un objeto masoquista. A los seres extraterrestres los inventamos nosotros, porque no nos atrevemos a serlo. El amor es una hacha que lastima, pero permite respirar. La religión es un soporífero mental que recetan los traficantes de fanatismos. Los sacerdotes son violadores de la virginidad mental. La mujer no necesita definición, ella misma crea portentos. La difamadora es una mujerzuela que se embaraza con mentiras. La creatividad es un paraíso en la mente y existe ahí un inacacable bosque. Amor es amarse. Amor es una ceremonia donde la mayoría son paganos distraídos. No estás solo, estás contigo mismo. Lo que significa tu nombre, tú lo debes definir. Cosecha las semillas de tu vida a las cuales alimentaron tus voces. Si alguien te pregunta cómo te llamas, dile su nombre, y bautízate a ti mismo, sin necesitar lucrativos rituales clericales. Los templos son insultos a la lógica. Un bosque es eyaculación de natura. ¡Vibro!. Permíteme marearte. Respira el humo de un cadáver porque tu abono lo propiciaron los difuntos. Las reglas se hicieron para romperse, porque de igual manera se rasga un himen. Si encuentras un obstáculo bríncalo, pues es un arpón que te matará y renacerás. Amor es tener nada que esconder. Esconder es matar al amor. Esconder es suicidarse. Los enanos a veces emiten semen para crear gigantes. Si no entiendes la vida, la amargura y el placer, es que fuiste un aborto. El amante debe amar, pues amar es olvidarse de sí mismo. Mentir es engañarte, porque la verdad eres tú y si no eres tu mismo…agonizas. Los fotones cósmicos son mi desayuno. En esta vida soy un turista galáctico. Mi vida es un sencillo cerillo, el cerillo prende una fogata y su fuego genera el incendio. Eres la hija de un deseo y un terremoto. Eres una muñeca de barro que el sol cuece entre mis brazos. Si tu piel es morena, tienes suerte, el sol quiso estar cercano a tí. En tus tobillos crecen alas con olor a trébol. Los pies descalzos son heroísmo incomprendido. Cada vez que despiertan mis alas se transforman en mensajes infrarrojos. En mi cuerpo toco una guitarra que suena a sales de satélite. Cuando te sientas sola, piensa en los que no están contigo que están aún más solos. Por mis venas corre licor destilado con semillas de canguro. Si gritas y nadie te escucha significa que tu canto está desentonado con perlas menstruales de fantasma. Con tus pies aplastas al aire que quiere espiarte las piernas, con tus pasos brillan los ojos del asfalto. Soy un delincuente intelectual para aquellos que se escandalizan con los sinceros pensamientos. Soy un solitario que embaraza a la imaginación con semen colorido. Soy un carretero que lee los secretos en los caminos. Si la vida te golpea es que estás viviendo. Una lágrima es un diamante en tu oscura mina. Si viajas para no volver, no escuches a los viejos. Si lo diferente te llama, ten cuidado con el canto de las sirenas. Si un viaje interplanetario no te emociona por inalcanzable, entonces planea un itinerario dentro de tu casa y descubrirás estrellas azules. Los niños y las niñas son el océano de la vida. Una niña es un mar de pétalos. Prueba un raspado de vodka. Admiro a una guitarra, a las pestañas de la plaza y a tí. Cuando cruces las piernas, hazlo discretamente, pues las montañas se pueden derrumbar. Si en tus senos aparece un lunar es que la celosa luna te escupió. Con un eructo violo a las vaginas atmosféricas, con un suspiro ruborizo a las vírgenes térmicas del planeta. Cuando beso tus rodillas aparecen luces en medio de tus ranuras. La arena raspó tu espalda, pero el sonido de las olas barnizó el aroma de tus licores interiores. Si tus zapatos huelen mal significa que tu personalidad no está oxigenada. En tu carne me vi, en las gotas que sudaste me reflejé, en las lágrimas que lloraste me ahogué. Si no tienes disciplina sobre tus células, suicídate. Tu corazón bombea ocho mil litros de sangre diarios, y mientras tanto, ¿ en qué ocupas tu tiempo ?. Si sonríes hoy con alguien el espacio parirá un cometa. He observado a las mariposas toda mi vida y todavía no he aprendido a volar. El amor no debe ser autohipnotismo. La patria es el calor que nunca sentirán los apáticos, los racistas, los corruptos y los indolentes. Si los ángeles y los príncipes de las tinieblas no existen, si los olimpos y las nirvanas las inventó el hombre, entonces quizás, nosotros solamente seamos una idea proyectada proveniente de otra dimensión. El orden de uno es el desorden para otro. Cuando te embriagues maneja con cuidado, no vayas a matar a quien te está esperando. Si has visto a una quinceañera con aliento alcohólico parir, o a una joven prostituta que le quedan grandes las medias, cuida entonces a esas flores huérfanas. Eunucos radioactivos con cabello de cobalto son la pesadilla del macho. Los números son los vellos de una cabellera exacta. Había una prostituta que en las mañanas iba a la primaria y otra que nunca aprendió a leer. Había un viejo que se envenenó de frío egoísmo y otro que a pesar de sus arrugas, nunca pudo nacer. Había una voz que se ensució en el aire y otra que nunca tuvo el valor de protestar. Hubo una vez un mundo al que nunca le permitimos resplandecer. La sabiduría son decepciones acumuladas. Haz felices a los que te rodean y regarás un jardín, luego despertarás una verde selva igual al renacer. Si bebes no lo hagas desprevenido, necesitas un paracaídas para aterrizar. La humanidad es tan defectuosa que quizá es un conjunto de bacterias o virus de un organismo superior. La belleza es un espejismo para miopes. Al cielo contaminado del mundo lo deodorizan la fragancia de los poetas. Si te deslumbra la verdad consulta a un oculista existencial. Los discursos políticos son mentiras maquilladas. El aspecto de nuestra existencia está acicalado con nuestros embustes sociales. Soy tan neciamente ambicioso que anhelo que mis pensamientos los repita alguien. Cuando tengas sueño usa de almohada una inquietud, y así tu noche será cosmovisionaria. Cuando yo muera deseo que rieguen mis restos con menstruación de orquídeas. Las manos son mariposas manejadas a control remoto por la mente. Me daría vergüenza que me vieran contigo, me consuela saber que eres un fantasma. No sé cual sea tu encanto mayor, si cuando tartamudeas, cuando comienzo a besarte los tobillos, o el temblor de tus rodillas musicales. Montaré un camello y beberé un pez, quizás me convierta en murciélago de cuarzo. Mis maestras han sido ciertas piedras que brillan tan intensamente como el sudor de la imaginación. La cola del diablo es la concepción de la duda. Mi chicle lo pegué a tu media y luego se pegó a tu piel igual a un atrevido polizón. No creo en nada más que en un grito ronco. No creo en nada, solamente en lo que puedo ver. No creo en nada, sólo creo en lo que debo creer. No creo en nada, sólo creo en la nada… que es la hija de la incredulidad. Hacer el amor contigo sería que un pétalo de angustia me besara. Tu nombre empieza con la letra del pez. Los olmeca eyacularon el arte primerizo. Soy un vocero de la masa reprimida. Baila conmigo hermana, baila conmigo estrella de la verdad. Si quieres ser tu propio aliado dialoga contigo mismo. Los prejuicios son pedos sociales. Si buscas el sol lo hallarás entre los laberintos de tu mente. Voy a beber caliente vino destilado entre tus piernas, las copas serán los poros de tu piel, un libro de cristal será mi almohada, mis manos serán iguales a un parque de diversiones, a tu pelvis rociaré con rojizas uvas, de ti fluirá licor de madrugada y neblina de himen palpitante, me embriagaré en el interior de tu deliciosa intimidad. El diablo tuvo tanto miedo de convertirse en romance que se abortó en una duda.
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Mi libro México
1975 fue el año en que emprendí mi propósito de reunir el material fotográfico acompañado de mi prosa que conformaría un libro llamado México, para lograrlo atravesé al país por entre sus selvas, por entre sus grietas, por entre sus históricas costillas. Bebí del corazón de su bosque de jadeíta indígena, comí las tortillas de masa de maíz palmeada con gotas de agüita nena. Recorrí por solitarios senderos el intrincado mapa añejo. Me requemó la piel el sol de las planicies. La gente me llenó la mirada mientras anduve los caminos de una historia de adobe, miseria y candor. Me sentí minúsculo en la inmensidad del Desierto de Baja California. El tiempo se movía lento semejante a un reptil o al paseo de la tarántula. Los sonidos eran los mensajes de los animales que sin yo poder verlos espiaban la presencia del intruso. La soledad era ancha en aquel paisaje desérticamente candente, sobre el cual, yo caminaba con mirada vidriosa a causa de la transpiración. Remaba barca huérfana en pretérito océano, ahora inmensidad de arena y cactus, cuando de pronto, vi a lo lejos definirse un camión de carga con remolque. Sentí temor de que el conductor me asaltara, estaba completamente solo al lado del costoso equipo fotográfico. Sin embargo, el chofer de aquella mole automotriz no acarreaba perversas intenciones, cuando me divisó hizo sonar tres veces las estrepitosas cornetas de su raudo vehículo. Seguramente había conducido en solitario durante tediosas horas, y al encontrarme el desierto dejaba de serlo para él también. Alcé la mano para devolverle el saludo a mi repentino amigo sin nombre, el cual se despidió sonando sus lustrosas cornetas otra vez, alejándose en el horizonte con otra despedida que fue para mi escuchar el prolongado sonido de sus neumáticos rodando sobre el rugoso asfalto.
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Viajar al Sureste de México, me convenció de la bondad de sus habitantes orgullosos de ser descendientes de la gran cultura maya.
Con la intención de fotografiar a los tiburones “dormidos” me trasladé a Isla Mujeres en el Caribe Mexicano. Algunos kilómetros mar adentro existen cavernas submarinas en donde se forman corrientes y hasta ahí llegan dichos escualos, los cuales permanecen inmóviles permitiendo que el agua se les introduzca por su boca abierta para luego salir por sus hendiduras branquiales; de esta manera no tienen que nadar para extraer el oxígeno que contiene el océano; en dichas circunstancias, los astutos tiburones están sumidos en un confortable letargo. Para llegar a ellos renté una pequeña lancha de motor y contraté a dos guías para que me llevaran. Me sorprendió la manera en que los costeños conocen el mar. Para mí todo se veía igual, sin embargo, aquellos muchachos detuvieron su bote justo en el sitio exacto arriba de las cuevas.
Uno de ellos me dijo:
Mientras el tiburón está adormilado no hay peligro, cuñado.
La cosa se pone cabrona cuando se sienten molestados por alguien que los perturbe en su cueva. Esta información aumentó el temor que ya sentía.
Preparé el equipo fotográfico, revisamos los tanques de oxígeno, nos pusimos las aletas, limpiamos los visores y nos zambullimos.
A varios metros de profundidad mis oídos empezaron a doler a causa de la presión del agua. Se los indiqué a señas pero me ignoraron. Al llegar a una de las cavernas uno de los lugareños se internó despreocupadamente, el otro tuvo que empujarme para que yo finalmente me animara a entrar. Aquellas grutas están formadas por roca porosa café, la apariencia de su laberíntica conformación me recordó las fotografías tomadas bajo el microscopio, donde aparecen los contornos y pasadizos solitariamente extraños de las células.
El muchacho que iba delante, volteó su rostro para indicarnos con su dedo índice que había un tiburón adentro. Los guías se adelantaron, yo deseé regresar al bote, pero temí equivocar la salida en aquella salada complejidad pétrea.
El tiburón con su vientre sobre la arena se encontraba quieto con excepción de sus ojos cubiertos por transparentes párpados. Aquel imponente pez miraba todos mis movimientos haciéndome sentir más temeroso de lo que yo ya estaba, su enorme boca se abría y cerraba rítmicamente. Comencé a fotografiarlo. La potente luz que emergía cada vez que uno de los bulbos de mi flash a prueba de agua lo invadía lo incomodó, fue entonces, que hizo un brusco movimiento dispuesto a embestirme. El agresivo hocico poseía hileras de dientes, eran afilados y triangulares verdugos blancos similares a una procesión del perverso Ku - Klux - Klan.
Cuando el tiburón nadó hacia mí sentí en mi lomo los pechos blandos y amorfos de la muerte ondulando impertinentes en el líquido marino. Al verme en peligro y sin dudarlo por un instante, uno de los muchachos se colocó entre el tiburón y yo, dispuesto a defenderme con su fusil submarino, sin embargo, no fue necesario disparar el arpón, el tiburón con arrogante indiferencia nos pasó de largo adentrándose en su acuoso territorio, dentro del cual, nosotros éramos los impertinentes intrusos, me sentí aliviado al no haber sido necesario emplear el arma.
Aquellos valerosos paisanos me hicieron señas para internarnos en otra cueva.....pero desistí, para mí había sido suficiente. Además odiaba la idea de lastimar a algún tiburón, sencillamente nosotros éramos insolentes advenedizos perturbando su hábitat, reflexioné al pensar que aquella aterradora dentadura que yo había visto no estaba formada por verdugos, sino que era su legítima defensa además de su natural herramienta para alimentarse.
Durante el trayecto de retorno a la playa les expresé el susto que me había llevado. Respondieron que los tiburones no siempre atacan, aún así, les agradecí su decisión por protegerme, su lealtad me conmovió.
Al llegar a tierra los tres sabíamos que nuestra instantánea fraternidad concluiría con mi partida. Sobre latas frías de cerveza pusimos sal antes de brindar. A pesar de mis protestas, con algunos de los billetes ganados por la renta de su lancha ellos pagaron las bebidas, y antes de decirles adiós, les obsequié mi reloj de pulsera a prueba de agua.
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Cuando arribé a la zona arqueológica de Palenque, respetuosamente fotografié aquel exquisito oasis arquitectónico enclavado dentro de la espesura selvática de jadeíta. Los templos se alzaban desencajándose de la selva semejantes a gigantes ornamentados con peinetas pétreas. Caminé por los pasillos de aquellas edificaciones. Las gruesas columnas sostenían un universo pletórico de predicciones y cometas. Las efigies de arcaicos soberanos mayas se revelaban elegantemente esculpidos en la roca.
Gracias al permiso que portaba pude permanecer ahí después de que los turistas partieran. Quedé solitariamente envuelto entre los enigmas de aquel regio mausoleo. La jungla gruñó con su verdura húmeda, le supliqué que no me expulsara. Las pirámides comenzaron a teñirse con el crepúsculo derramado en sacrificio sideral. Todas las presencias milenarias me observaban. Podía distinguir sus pisadas doblando la maleza, al tiempo que ondulaban al aire sus penachos sobre cráneos intangibles con memoria de historia enigmática. Traté de vencer el temor a ser desollado por los espíritus que por ahí rondaban, una fuerza se apoyó en mis hombros obligándome a caer sobre rodillas. La frondosidad boscosa parecía respirar, su aliento se escurría por los muros tallados produciendo el eco de los geniales astrónomos, matemáticos y sanadores herbolarios de aquella remota era, los cuales, ahora repetían la consigna para los artistas de subsecuentes épocas:
Sean libertarios desprovistos de temores, nuestro propio sendero lo exploraremos con decididos pasos, la flor de Chucum la aspiramos entre las palpitaciones de la vida, y así sin detenerse a escuchar el parloteo de los necios, vivan encendiendo creativas fogatas que iluminen opacos horizontes, aún con el riesgo de su autoinmolación al fallar.
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He preservado miles de imágenes, aunque no todos los sucesos han quedado registrados en la película fotográfica, como aquella vez en que todo sucedió tan repentinamente que la gente deambulaba nerviosa por aquel angustiado pueblo, mientras el humo de los braceros tornaba a la noche en espiral de seda envenenada.
Lloridos de niños y gemidos de mujeres azotaban los oídos, las campanas de la iglesia se habían cuarteado, y aquel templo vacío ya no era protección para ninguno, derrumbándose en olvido de agonía. La obscuridad era semejante a enormes fauces triturando con inmisericordes dientes al pensamiento arrepentido, por haber ignorado a Nacyth el brujo lugareño con sabiduría afilada, quien ya les había advertido a los aldeanos todo acerca de los Tres Mundos que se conjugan.
Aquel hechicero sabía diferenciar las hierbas provechosas de las envenenadoras, conversaba con los aires y con las ánimas. Curaba y descuraba. Tenía el poder de las brasas y de los camaleones. Era inmune a las mordeduras de serpientes, tarántulas rodenas y aguijones de escorpión.
Nacyth realizaba sus conjuros ceremoniales portando una máscara de gorila, él sabía que estas bellas y portentosas bestias son pacíficas, y solo atacan a los intrusos que no respetan su territorio, sin embargo, aquel vidente se disfrazaba de dicho modo, sabiendo que la mayoría de los seres humanos son torpes y temerosos ignorantes que agreden injustificadamente a la fauna del planeta Tierra.
Años atrás, el profético curandero Nacyth leyó las nubes y su anuncio había resultado cierto, los veintiún malignos reptaban libremente sueltos sin candado para cualquier época y lugar, cada uno de aquellos maleficentes tenían su propio nombre:
Miedo, Rencor, Soledad, Odio, Envidia, Violencia, Fraude, Codicia, Falsedad, Religión, Fanatismo, Hipocresía, Arrogancia, Racismo, Guerra, Tiranía, Corrupción, Enfermedad, Dolor, Tristeza y Desesperanza.
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Han transcurrido los años desde 1976 en que publiqué mi libro México, dentro de sus páginas permanecen fotografiadas algunas de las proezas expresivamente artísticas surgidas de antiguas civilizaciones étnicas que conforman a mi país; la piedra fue tallada para representar a poderosas deidades en enormes bloques basálticos colocados hacia el insondable horizonte; entre las dos cubiertas de este volumen fotográfico literario está la vereda ancha de la sapiencia indígena, ciencia, astronomía y arte autóctonos diluidos por los erosivos siglos de invasión española del siglo 16 junto con la actual indiferencia mestiza.
Las imágenes en el libro México trazan someramente el arcaico caminar de los intrépidos lugareños sobre inhóspitos parajes, posteriormente, sus huaraches y sandalias hallaron consuelo sobre la tierra cubierta de reconfortante hierba que sirvió de bondadosa anfitriona para sus primigenias cosechas, en mi país México aún se hallan escarbados valles depresivos, surgiendo también optimistas colinas, miradas de paja, ojos de venado, cuentas de colores y collares de honestos sentimientos.
En ciertas ocasiones, extraigo mi libro de su anaquel en mi biblioteca, y lo deposito sobre el escritorio… no lo abro, tampoco hojeo sus páginas. Sencillamente permanezco mirándolo. Coloco la mano izquierda sobre la portada y siento vibrar las voces de la gente ondulando en medio de procesiones portando cirios y entonando súplicas. Los listones de sus ingenuas festividades tradicionales suben por mis arterias, pero los colores se desvanecen ahogados por preguntas:
¿ Cuándo los ancianos podrán portar lustrosos zapatos ?
¿ Cuándo los niños beberán nutritiva leche en lugar de refrescos embotellados ? ¿ Cuándo terminarán el fanatismo religioso y las falsas promesas gubernamentales y la corrupción ? ¿ Cómo se recobrarán aquellos hímenes rotos con mentiras ? ¿ Qué pasó con aquel juramento de no embriagarse ? ¿ Cuándo cesará la irresponsable reproducción humana causante de la depredación ecológica ? ¿ Cuándo castigarán a los padres que les abren las piernas a sus hijas ? ¿ Dónde está el tranquilo fin para una prostituta ? ¿ Qué galaxia adoptará a los huérfanos ? ¿ En dónde están los peines para la cabellera de la paz ? ¿ Por qué quemaron los poemas indígenas ?
Rememorando mi andar por la patria vuelvo a ver a los obreros despiertos en sincronía con los madrugadores pájaros, su sencilla ropa de mezclilla susurra rumbo a sus labores, mientras las ciudades permanecen aún somnolientas, solamente los trabajadores, los barrenderos, los deportistas, y algunos artistas se encuentran de pie cuando comienza a emerger el día, durante el cual, los asalariados trabajarán por la vida sin poder disfrutarla plenamente. Rostros surcados por la frustración, aves sin licencia para volar despreocupadamente. Prisión de asfalto, concreto, y celaje contaminado venenosamente.
Más tarde, con las palmas de mis manos aún sobre mi libro México, mi mente vuelve a escuchar la música proveniente de los pueblos, pasando ante mi memoria coloridos bailables y vuelvo a festejar con su música dentro de mi cabeza…ingratitud sería olvidar, pues los recuerdos son fugacidades que alumbran el sendero, luces son los labios de una respuesta, continuar es un pensamiento que nos invita a no darnos por vencidos, avanzar es encontrar las semillas de la memoria que provee las respuestas para conversar con nosotros mismos.
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©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.
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