14 LO REAL, LO IRREAL Y LO IMPOSIBLE EXPO

© Manuel Peñafiel, Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.

6/5/202513 min read

Lo real, lo irreal y lo imposible

Lo irreal desplaza a lo real en la mente, y es entonces que con la cámara fotográfica atesoro algún asteroide, cometa, jungla o huracán, llevo todo al laboratorio, mezclo los ingredientes igual que un alquimista, entonces surge lo imposible:

Brota un anhelo volando en forma de ave, una nube de cráneos, una flor de hierro, una sentencia devoradora de mitos; emerge una hechicera o el descalzo destino.

¿ Acaso nuestra vida y nuestra mente no son entidades dinámicas, semejantes a viva galaxia, entonces, ¿ por qué no imprimir imágenes múltiples ?

¿ Por qué limitarse a una solitaria imagen ?, si la tercera parte de nuestra existencia es onírica, con influencia en la conducta diaria.

Mirando hacia el interior del ser humano llegaron al papel fotográfico misterios y realidades conjugados, la mística, lo solemne, lo satírico, la cosmogonía,

el desdoblamiento, los espejismos, el trance premonitorio, el abismo existencial, las sorpresas del subconsciente; mi fotografía construida es un espejo; el intrincado reflejo de los aciertos y errores de nosotros mismos.

PRÓLOGO

Los días transcurrieron, durante otra de mis solitarias noches volví al restaurante Contigo Pan y Vino administrado por mi mejor amigo Lorenzo. A mitad de la semana había poca gente. Me senté para ordenar de beber. El mesero quien ya me conocía, trajo el vodka. Cuando llegó con la charola depositó una cajita de metal verdoso sobre la mesa, y me dijo:

La otra noche dejó esto para usted una señora.

¿ Quién ? pregunté.

El mesero contestó de prisa pues tenía que atender a otras mesas.

La señora que venía vestida de negro, la última vez que usted estuvo por aquí.

Dejé la cajita sobre la mesa para dar un sorbo. El licor helado recorrió mis papilas igual a delicioso acero. Después de la leche materna el vodka es la mejor bebida. Miré a la cajita todo el tiempo que estuve ahí sentado. Sin abrirla la metí a mi bolsillo, pedí la cuenta.

Ya en mi departamento, me despojé de la ropa y usé una bata.

Me senté a la mesa de mármol blanco de mi comedor. Ahí deposité la cajita. La seguí observando sin abrirla. Al poco tiempo comenzó a moverse levemente. Después, su tapa se fue desplazando lo suficiente para que del interior se asomase la cabeza de una pequeñita serpiente negra reluciente con manchas llamativas anaranjadas. La criaturita se escurrió hacia afuera. Era linda. Sus ojillos oscuros me miraron directamente al rostro. Luego bajó enroscándose por la pata de una silla hasta llegar a la alfombra que cubría mi departamento. La dejé que lo recorriera a su antojo. Ocasionalmente se topaba con algún mueble, sin embargo, lo sorteaba hábilmente. Cuando perdí de vista aquella diminuta sierpe sentí algo de sueño así que me dirigí a la cama.

Avanzada la noche en uno de mis adormilados movimientos sentí como aquella tersa serpiente se enredaba a mi cuello apretándolo. La asfixia me atemorizó, el reptil intuyó mis sentimientos así que dejó de estrujar; entonces la versátil sierpe susurró a mis oídos muchas cosas.

De 1977 a 1979 comencé a percibir la fotografía en otra dimensión, fue entonces cuando me dije:

¿ Acaso nuestra vida y nuestra mente no son entidades dinámicas, semejantes a un dramático carnaval ? Entonces, porque no imprimir imágenes múltiples. No hay que encajonarse en lo tangible, siendo que la tercera parte de nuestra existencia es onírica con su respectiva influencia en la vida diaria. Es imperativo imprimir imágenes con temas evadidos por la mayoría de la gente, tales como la consciencia, la duda, la soledad, el egoísmo, la culpa. Esto acarrea una expresión artística coherente y congruente con la evolución del ser humano.

La fotografía es un sencillo espejo, a la vez que complejo reflejo de los aciertos y errores de nosotros mismos. La fotografía es un pozo hondo como la meditación y un horizonte con respuestas. La fotografía es la expresión humana que emplea para sus propósitos la esencia de lo vital: la luz.

El fotógrafo que tiene paciencia para obtener una toma es que tiene impaciencia por lograr justicia. Igual que el cazador rastrea a su presa, así el fotógrafo explora su causa. La fotografía es lo sublime de los actos nimios. Es la ingravidez de los cantos desesperados.

Fue así que sentí la necesidad de llevar al papel fotográfico los misterios y las realidades conjugados, la mística, lo solemne, lo satírico, la cosmología, los signos, el desdoblamiento, los espejismos, las ambivalencias, el trance momentáneo, las premoniciones, el abismo aparentemente irreversible, los actos del inconsciente. La perdurabilidad de la unión de forma, espacio, color, armonía y no siempre obteniendo ésta última.

Así arribaron al papel fotográfico los ciclos evolutivos, la desnudez absoluta, el culto a la belleza y a lo bizarro, el abstraccionismo, los enigmas de los sueños, la sublimación de la psiquis, la orgiástica insatisfacción del ser humano, la transfiguración de la realidad. Todo lo que vemos se aleja, nada queda de las apariencias, y es el artista quien ha de proporcionar el estremecimiento del observador ante la imagen producida.

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Una tarde lánguidamente placentera, la pequeña serpiente que vivía en la cajita de metal me platicó que existió una mujer que solía encender cuatro cirios en cada esquina de la cama antes de hacer el amor. Luego sacaba de su jaula una paloma oscuramente cautiva que mojaba con esencias. La mujer abría sus muslos y con la cabeza de aquella tersa ave perfumaba sus carnes interiores. Pasando las plumas mojadas por sus rosados pezones, de esta manera, su exuberante cuerpo resplandecía. Así encima de su amante disfrutaba cabalgar sacudiendo el cabello. Saturando la recámara con la energía que desprenden dos calientes cuerpos, dicho vigor al chocar contra las paredes las agrietaba; de aquellas ranuras emergían los secretos y los enigmas de la oscuridad inquietando a la paloma, la cual nerviosamente revoloteaba por toda la habitación buscando una salida. En cierta ocasión, tras nerviosos minutos aquella cautiva paloma finalmente encontró una rendija en la ventana. Salió dificultosamente. Las plumas mojadas entorpecían sus alas. La paloma voló al aire contaminado. Se estrelló contra el ventanal de un edificio citadino.

Un niño que pasaba por ahí la recogió agonizante, y la llevó a su hogar con intenciones de sanarla. La madre del chiquillo se escandalizó cuando lo vio entrar con aquella ave escurriente de sangre entre sus manos. Le ordenó a su hijo tirar a la basura aquel sucio animal. El niño pidió a su madre que le permitiera curar a la paloma para luego soltarla en vuelo. La madre lo tomó del brazo, y lo echó fuera ordenándole deshacerse de ella.

El niño se alejó caminando por las calles de la gran metrópoli. Anduvo durante toda la noche hasta el amanecer. Cansado se detuvo ante la ventana de una casa. Una atractiva mujer lo invitó a entrar. Le sirvió el desayuno y se bañaron juntos. Lo sentó en el sillón de la recámara mientras ella se vestía. El muchachito la observó mientras ella alzaba sus diminutas pantaletas para cubrir su terso triángulo. El brassier de encaje arrinconó sus ricos pechos que redondos se desbordaban sobre las costuras de la prenda. Aquella suculenta hembra se sentó y de un cajón sacó dos bolitas oscuras que lanzó al aire sin soltarlas. Se desdoblaron las serpentinas de nylon. La mujer alzó su pierna y metió su pie a la media. La sujetó a su muslo con el tirante de un liguero oscuro. Hizo lo mismo con la otra. Entró a un vestido entallado girando el cuerpo para verse por detrás en el espejo. Tomó al niño de la mano, lo encaminó a la calle, y

antes de despedirse le dijo:

Yo sé a donde puede ir esa paloma moribunda; la puedes acoger en tu memoria para que no olvides que el amor vive dentro del pecho de una ave malherida.

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Después de escuchar la historia narrada por la sierpe que vivía en la cajita de metal verdoso, fui por algunas hojas de papel y comencé a elaborar bosquejos para realizar fotografías subjetivas con dosis filosóficas; esta colección de imágenes se llamaría: Lo real, lo irreal y lo imposible; dicha exposición se inauguró en Galería Arvil el 13 de febrero de 1978, ese mismo año fue montada en La Casa de Cultura del Estado de Nuevo León y en La Universidad Autónoma de Coahuila en México. Posteriormente la Secretaría de Relaciones Exteriores se interesó en mostrarla en Italia y Bélgica.

Para mí lo real es fotografiar el encuentro del ser humano contra su semejante, es denunciar la opresión, el desequilibrio o la iniquidad. Para mi lo real ante la cámara son los niños descalzos hambrientos, las mujeres abandonadas, las pequeñas maltratadas y los ancianos humillados. Lo real en la fotografía es la miseria, el hambre, el suicidio, las guerras propiciadas por la codicia, y la estupidez fomentada por las religiones. También lo real es la belleza mutilada, los jóvenes incomprendidos, el aire, el granizo, el sol y las tempestades de veranos ansiosos. Lo real en este mundo en ocasiones se convierte en irreal por ser tan absurdo, grotesco, primitivo, despiadado e inhumano.

Lo real se vuelve irreal cuando uno ha perdido a alguien, y la muerte ciega el diamante de la vida apagándolo en opaco prisma. La irrealidad ahoga los días cuando alguien se despedaza en el vicio o el amor se desvanece por simple torpeza. Lo real se vomita en irreal cuando un paisano oprime a otro y la tiranía desborda prisiones con torturas que acribillan a la dignidad humana. Lo real se vuelve irreal cuando la pobreza empuja a las jovencitas a la prostitución. Lo real también se transforma en irreal cuando es colosal o sublime.

Lo irreal desplaza a lo real en la mente, entonces con la cámara fotográfica se apresa algún asteroide, cometa, jungla o huracán. Se lleva todo al laboratorio para mezclar los ingredientes en alquimia y así surge lo imposible: brota una forma que vuela como ave, nube de cráneos, capullos de hierro, ángeles antropófagos, magas parturientas o el enano descalzo. Así pues se alucina la idea, se imagina, se sueña, o una premonición aguijonea en la cabeza.

Nace entonces mi fotografía que contiene escalofríos, ambición, necesidad, experiencia, dolor, todo ese enjambre que es la vida, la muerte, la duda, el ser y la trascendencia, dioses desnudos, países descarnados, vapores de pétalo, ninfas de nieve, la irreligión, maleza, malicia, jardines de sangre, rechinidos, la agitación, las décadas, el agua y mi sed.

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La mujer de negro quien me obsequió aquella caja de misterios y sensaciones se llamaba Marta, ella llegó a mi vida para alimentarme con su efusividad y pasión por la creación artística. Marta era pintora, pero al hallarse encerrada entre los muros de su matrimonio jamás tuvo acceso a la libertad, aquella que algunos creadores obtenemos pagando el alto precio que es existir en la soledad que nos permite volcarnos enteramente en nuestra labor.

Marta era una mujer muy atractiva, esbelta y bien formada, con cabello abundante cayendo a los lados de su blanco rostro con grandes y penetrantes ojos color carbón decididamente encendido.

Después de habernos conocido en el restaurante que Lorenzo administraba, ella continuó yendo a visitarme al departamento en Tecamachalco. Ahí bebíamos durante interminables conversaciones y discusiones sobre el arte.

Ella solía vestir largas faldas de violentos colores, su cuello estaba adornado con innumerables collares lo mismo que sus antebrazos con pulseras, y sus dedos con anillos en forma de serpientes.

Las sierpes eran sus animales favoritos, frecuentemente las usaba en sus temas pintados al óleo, aún conservo un retrato que hizo de mí con una víbora verde enroscándose a mi cuello, aquella áspid la representaba a ella una criatura impregnada de erotismo, sus fuertes muslos me lo demostraban cuando se aferraba a mí en los momentos culminantes.

Cierta noche nos encontrábamos discutiendo en la sala, ella fumando y yo bebiendo vodka sobre cubos de hielo. Marta recriminaba mi prolongado silencio fustigándome a no abandonar mi creación literaria.

Exasperado por tanta reprimenda me levanté y tomándola por la cintura la arrastré al lecho. Ella pateaba profiriendo insultos. Me puse encima de ella para inmovilizarla, alcé sus faldas y le bajé las pantaletas. Del cajón en la mesita de noche alcancé un plumón; en su tersa carne situada entre su diminuto ombligo y el rizado pubis, sobre aquel inquieto pliego de dermis joven, escribí la canción de los gansos en ayunas, los trazos en las frustraciones de los soles, música de hueso y ámbar. Sus ojos gotas de cacao, su presencia inflamando la funda de mi obscena navaja.

Marta logró por fin soltarse y se incorporó para correr al espejo del tocador. Ahí no podía leer las palabras reflejadas al revés, así que fue por su bolso, alzándolo para que todas las cosas cayeran en desordenada cascada. Salieron un tubo de lápiz labial, boletos de tren subterráneo, una pluma sin tinta, la ficha de depósito de un banco, una nota de supermercado, pasadores, horquillas, un cepillo con cabello enredado, la carterita de cerillos de un bonito restaurante, otro tubo de labios ya vacío, un monedero sin monedas, la billetera, el delineador, hasta que apareció lo que buscaba, tomando la polvera, la abrió y puso el espejito contra su vientre. Ahora sí podía leer las palabras reflejadas contra el espejo del tocador en mi recámara.

Marta volvió donde estaba yo y dijo que me ansiaba. Me besó recostándome en el lecho. Desabotonó mi camisa y me descalzó arrojando mis botas. Me despojó del pantalón y de la ropa interior. Ella se puso frente a mí, alzó su vestido para mostrarme sus largas piernas. Blancas canoas de placer. Marta abrió su blusa pasando sus manos a la espalda para desabotonar la prenda que liberaría sus pechos. Se movió con sinuosa cadencia mientras caían sus pantaletas. En seguida fue al baño y regresó con una botella de aceite perfumado. Lo calentó en sus manos antes de aplicarlo en masaje a mi impaciente cuerpo. Acarició mis tetillas, sus ondulantes manos bajaron a complacerme, la atraje para clavarla a la cama con mis embestidas. Marta vertió de sus entrañas licor de eucalipto satisfecho.

Después de que el placer nos hubo reconciliado, le dije:

Mi vida flota en los suspiros de intangible gitana enferma. Me abordan las ideas pero permanezco inmóvil. Tienes razón debo continuar escribiendo. Ahora no soy alguien. Soy nadie porque me duele la garganta con el humo de mi voluble duda. Soy nadie porque las palabras gritan prisioneras y no las libero al redactarlas. Soy nadie porque duermo estando despierto y no vuelo aunque mis alas aceitadas brillen. Mil veces he visto galopar sobre el vientre de un niño erizo cerros de luciérnagas embriagadas de fósforo y aceitunas. Se han deslizado los reptiles por mi cuello. Depositados ahí por una hechicera de amplias faldas. Y necio sigo sin creer en los sortilegios. En la garganta de la noche he asfixiado ovarios de una luna que por timidez, no me pidió ser masticada, y arrojada, para reventar en granizo que pintara las uñas de mis muertos. Por sordo no entraron a la alcoba de mi mente los tantos verdes con que se cuaja la minúscula espuma de saliva en la boca de una mariposa, la cual es metálica y luego se convierte en grito, en emitido telescópico que gratis me llevaría a hacer bufandas de estrellas para la niebla. Pudiendo correr por debajo de los vientres de las sombras. Pudiendo correr por encima de los lomos de las ranas. Pudiendo nadar como ellas entre el croar que se convierte en rugido a mitad de la noche, a mitad de la vida, pudiendo escalar los ojos de los búhos. Pudiendo colorear los ojos de los mudos. Pudiendo montar los toros que destrozan la nieve cuando se desatan tras un colapso subterráneo. Después de un derroche de hirviente tinta. Pudiendo ser universo sin necesidad de moverme. Pudiendo alcanzar cometas para devorarlos y luego eructar tréboles transparentes como el cristal en una lágrima de gaviota, transparentes igual al cuarzo marino en red de pescadores, semejante a las campanas que adornan la nuca de una flama. Pudiendo viajar en gemidos de violeta, en volcanes con genitales de lava liberada. Pudiendo pasar de tullido a ser acróbata; sin explicación alguna encierro a mis palabras dentro del silencio.

©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.

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1 Cartel Lo real, lo irreal y lo imposible Exposición Fotográfica de ©Manuel Peñafiel, 1979

2 Lo real, lo irreal y lo imposible ©Manuel Peñafiel Texto.jpg

3 Mujer ave 1976 ©Manuel Peñafiel

4 Mujer Ave 1976 ©Manuel Peñafiel

5 Mujer Ave 1976 ©Manuel Peñafiel

7 Anaël 1976 ©Manuel Peñafiel

6 Mujer Ave 1976 ©Manuel Peñafiel

8 Kinver 1976 ©Manuel Peñafiel

9 Metempsicósis, 1976 ©Manuel Peñafiel

10 Metempsicosis 1977 ©Manuel Peñafiel

11 Íncubo 1975 ©Manuel Peñafiel

12 Crisopeya 1976 ©Manuel Peñafiel

13 Electrógena 1976 ©Manuel Peñafiel

14 Mutante 1976 ©Manuel Peñafiel

15 Machete 1976 ©Manuel Peñafiel

16 Mujer Líquida 1976 ©Manuel Peñafiel

17 Nocheztli 1976 ©Manuel Peñafiel

18 Anaël 1977 ©Manuel Peñafiel

19 La alcoba de Frida Kahlo 1977 ©Manuel Peñafiel

20 Sisera 1977 ©Manuel Peñafiel

21 La Sociedad 1977 ©Manuel Peñafiel

22 Banca Eterna 1977 ©Manuel Peñafiel

23 Irreligión 1977 ©Manuel Peñafiel

24 Metempsicósis 1977 ©Manuel Peñafiel

25 Vorágine 1977 ©Manuel Peñafiel

26 Arrecife 1977 ©Manuel Peñafiel

27 Agar 1977 ©Manuel Peñafiel

28 Booze 1978 ©Manuel Peñafiel

29 Vampirismo 1979 ©Manuel Peñafiel

30 Autorretrato, 1977 ©Manuel Peñafiel

31 Trayectoria de ©Manuel Peñafiel

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