15 LA PERSONALIDAD

© Manuel Peñafiel, Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.

6/5/202518 min read

Fueron estériles y lánguidos meses durante los cuales las depresiones me sumían en la inactividad. Cierta obscura madrugada permanecí tirado en la cama hasta que la sed por la embriaguez de la noche anterior me forzó a levantarme para beber agua del grifo del lavabo. Regresé a la habitación y me puse la bata. En la cocina vertí leche fría en la licuadora con una porción de vodka y otra de licor de café, añadí cubos de hielo y lo licué. Me senté a la mesa de mármol blanco del comedor con mi desayuno líquido.

El ambiente me pareció extraño, pensé que tal vez se debía a la penumbra. Asombrado noté siluetas. Parecía como si alguien estuviese ahí. Quise encender la luz pero el miedo me inmovilizó cuando las siluetas se definieron. Eran pardas figuras humanoides de anchos hombros. De lo que parecía ser su cabeza salían trenzas de energía. Esas criaturas eran intangibles. Su forma parecía ser del mismo aire solamente que más denso. Paradas ante mí, no sabía que o quienes eran.

Una de las figuras alzó su brazo apuntándolo a mi pecho. De su dedo índice salieron sombrías aves. Se lanzaron hacia mí picoteándome. Mi esfuerzo era inútil, no podía moverme mientras aquellas aves desgarraban mi bata hasta dejar al descubierto mis tetillas de donde se prendieron dolorosamente. Esos pajarracos o lo que fuesen, chupaban de mí. Sentía algo frío salir del pecho. Quise explicarme qué estaba sucediendo. Comprendí que me estaban ordeñando.

Sin necesidad de hablar uno de los seres se introdujo a mi mente, lo escuché recriminarme:

¿ Por qué no hay fluidos que vengan de ti ?

Le respondí:

No poseo lágrimas. Los ríos me abandonaron en orfandad de cuevas secas. Mi rostro se halla hinchado de pesadillas que caen a lo largo, como cirios rugientes acompañan a un moribundo encadenado. No me reflejo en los espejos. En la arena deposité mis últimos huevecillos. Tengo la carne de escorpión. Soy el rehilete en el camisón de la muerte. Mezo la cuna de la herida. Estoy en corral inmundo donde el coral se asfixia. Soy el pañuelo percudido. Aquel que perfuma una púa para tragarla con vodka diluida en resentimientos. Soy el alquimista que babea idiotizado. Soy el inventor de la soledad, de la duda, del rencor y del palomo castrado. Carezco de sentimientos tampoco me alegra una orquesta de siete vírgenes. Soy la espuma gris en los ojos de los puercos. Soy humareda de alas quemadas. Me alimento con mucosidad de copulación de moscas. Soy el enano inútil, el que no pudo adoptar a los descalzos, el que no cosechó luces para tejer canastas. Soy el que llora y mi agua conmueve a nadie, siendo salada como los golpes con que los pobres se arrullan. No tengo manos solo inútiles muñones. Dejaré que mi carne seque igual que leche agrietada. Tocarán los fantasmas la sinfonía más helada que ha sonado entre cuchillos. Pero antes gritaré rocas. Vomitaré dolor y ratas mordisqueando a los recién paridos.

Fue en aquellos momentos cuando aquellos tres seres me rodearon. Sus movimientos emitían sonido vibrante. Estaban cargados de energía parecida a la que se oye producida por los transformadores eléctricos. Uno de esos seres se dirigió a mí. Aunque no hablaba yo lo podía escuchar dentro de mi cabeza:

Nos iremos de aquí, dijo. Desgraciadamente ya nos percatamos de que debemos retirar de ti la saroacrima que te incrustamos en el hígado cuando naciste, sin ella desaparecerás como otros tantos lo han hecho.

Yo ignoraba de qué me hablaba. Sentí terror al verlo dispuesto a extraer de mí algo que no tenía idea de lo que se trataba. Me inquieté aún más al enterarme de que sin la saroacrima yo desaparecería. Intenté detener su garra que se encontraba próxima; una fuerza rechazó mi movimiento.

Les supliqué que no se llevaran la saroacrima de la que hablaban. Antes de que ese tizón que tengo se apague, me convertiré en torpe resanador que volverá a poner las cabezas sobre los decapitados, sobre los números, las orquídeas de azufre, los olvidados, ancianos de pobreza. Zurciré intestinos, daré voces, papel aluminio, uranio duro, velos de piedra, y después un analgésico con un collar de perlas inviolables.

Los seres de sombra densa se retiraron lo suficiente para disminuir su amenazante actitud. En ningún momento habíamos hablado sonoramente con palabras. Nos comunicábamos en diálogo mental y así les dije:

¿ Qué acaso no se dan cuenta de que mis ojos golpean mi propia vista y se desplazan vibrantes en espina volátil ?

¿ Qué engendro oscureció mi aire ?

Duele el desierto y la selva.

¿ Por qué el pan que como tiene trigo vomitado en duda ?

Me arrastro sobre ventosas sordas. Con el vientre rasguñado, llagado con penumbras.

Uno de los intempestivos seres alargó su filosa mano para desprender un trozo de mi piel. El dolor crujió en mis células. La dermis fresca al contacto con el aire se enroscó en papiro donde se leía:

Ninguna nota con amor carente de pétalos de zafiro. Nada. El tiempo depredador ha escarapelado la pintura de espíritus derramados en caótica vereda olorosa con musas desnudamente reventadas en oncología existencial. Rasguño el calendario túnel hacia la tierra que formará mi placentera, sedante y acogedora sepultura. Sobre angosta lápida crecerá musgo de migajón de donde almorzarán los pájaros que lleven energía a las torres masticadas. De mí nacerán los geranios de queso. De mi pozo brotará el aceite para bebés metálicos los cuales con sus lenguas de ventosas mamarán el último suspiro vibratorio de la tierra. Con sus manos regordetas se masturbarán, salpicando los rostros de toda virgen que se desflore con siete nudos de pañuelo introducido. Nacerá la muralla invisible y el cinturón del planeta lo exprimirá hasta reventar el orbe en pastoso acné de fracaso cotidiano.

Los seres de sustancia densamente intangible leyeron lo que decía en el trozo de mi piel. Intercambiaron comentarios que no me fue posible comprender. Se acercó otro de ellos. Puso su mano sobre una de mis clavículas. Sus dedos pellizcaron la carne. Quise protestar ante el dolor, sin embargo, los labios no respondieron a mis intenciones de gritarle que estaba lastimándome. Mi cuerpo no me obedecía. Estaba imposibilitado de moverme.

El extraño ser continuó despellejándome, mi esencia decía:

Soy el monarca de los tréboles muertos. Denme una lápida sobre la cual subirme a gritar mis dientes de cadáver. Gritos vagabundos que han anidado en mi corrompido tímpano. Soy el lodo de una virgen exhumada. Soy un molusco sin concha. La bestia con pezuñas de plata con la pandereta triste marcada en mi vientre de anfibio cervecero. Fallezco cual sirena clavada a la proa de un sueño.

Cuando el ser de penumbra terminó de leerme, volteó a ver a sus dos acompañantes como si buscara una opinión. Los otros le indicaron con un ademán que prosiguiera con lo que estaba haciendo. Así que puso, otra vez su mano sobre mí.

Les pregunté qué se proponían, quejándome de que lo que hacían me dolía mucho. Esta vez las palabras tampoco salieron de mi boca.

Sin embargo, supe que de alguna manera ellos me habían escuchado. Su respuesta llegó a mi cerebro:

Estamos leyendo tu personalidad. Eres un arcón lleno de sentimientos lastimados. Antes de nacer y durante los años que llevas vividos dicho arcón se ha ido llenado con sensaciones, emociones, aspiraciones, frustraciones, heridas, frustraciones, eclipses, y marejadas de deseos. Así que continuaremos leyéndote. El ser humano es como una alcachofa, las hojas conforman su personalidad.

Me ardían las partes de donde me habían desprendido la piel. Mi temor a aquel suplicio se incrementó al asegurarme aquellos seres que continuarían desollándome psicológicamente. Afortunadamente se escucharon pasos en el pasillo del edificio donde se encontraba mi apartamento; yo sabía que eran de la mujer que llegaba a hacer la limpieza. El tintineo de su llavero anunció pronto le daría vuelta a la cerradura para entrar.

Miré a los tres seres con la esperanza de que desaparecieran al notar que alguien se aproximaba, o tal vez la mujer sería capaz de ayudarme a evitar que estas presencias continuaran despellejándome. Con ansiedad me di cuenta de que a la mujer no le era posible abrir la puerta. Trataba de darle vuelta a la llave pero la cerradura no cedía. Pensé que seguramente los seres ahí presentes tenían algo que ver con esto. La mujer tocó el timbre al no poder entrar a realizar el aseo de mi desordenada madriguera.

Mi cuerpo continuaba paralizado, ajeno y desobediente a mis deseos por escapar de ahí. La mujer se cansó de hacer sonar el timbre y golpear la puerta con sus nudillos, así que se alejó por el pasillo por donde había venido.

Hubo silencio durante algunos minutos. De nueva cuenta, los seres recobraron su nebulosa apariencia ya que se habían desvanecido mientras la mujer estuvo tras la puerta. Uno de los seres quiso desprender otro pedazo de mi piel pero dicho fragmento se quebró y solamente cayeron palabras sueltas, uñas, limones, bestias, un agrio chal, olvidos, polvos, flautas sin sonido, cabellos de cadáver, agujas silbantes, bastones prematuros, ocre, alimañas en las axilas, adicciones, bisagras fetales, orquídeas hervidas, esponjas de cristal, un inquieto lecho, horas desprendidas, olor a polvo, reuma, vinagre de ave y acuarios trágicos.

Aquel ser acercó otra vez su mano para desprender con más cuidado mi piel en la cual se vislumbraron estas inscripciones:

Fundaré una religión construyendo una basílica con cimientos de latas vacías de cerveza, la ceremonia será de agruras reventadas. Mi poder será la bofetada que da la imagen. Yo soy el pequeño asteroide solitario. Holgazán con la pupila dilatada. Mezcalina en las heridas. Devoré la sonata de vísceras. Ahora sueno a risa con eco en las alcantarillas. Soy antropoide engendrado en planeta experimental. Con torpeza he labrado casulla de mármol para los tímidos que aún no comprenden su estatura de profanos obispos.

El hombre es cazador, la presa es la mujer quien exige para su captura la espera en vigilia, el asfalto, combate psicológico, rasguños, sed, fracturas anímicas. El devoramiento mutuo. La indigestión. La separación. El áspero desierto. Dolorosa recuperación. Luego, prosigue la caminata con la autoconfianza aún herida. Entre la maleza incierta un nuevo episodio con los mismos ingredientes ser verdugo y víctima. Incontables palabras mal empleadas. Música estropeada. Remordimientos. Cueva de insomnio. Tamborileo ebrio. Espejo en el pecho de la garza. Sentimientos herrumbrosos jamás lustrados. Embriones y escorpiones. Triángulo de higos. Niñas lubricadas. Paseos lácteos. Perfume de astronave. Pesadillas cibernéticas. Muslos bellos. Vellos depilados. Amnesia emocional. Seducciones a ritmo de cáncer emotivo.

Estoy abierto, tan marchito que mis ojeras se diluyen manchando a mi vista. No hay leche en las auroras. Entre mis dedos solamente hay el humo de mi espíritu. No hay brecha que me lleve hacia el candil. Ya no vuelo. Tenía cuarenta ojos que ahora calvos de pestañas se derriten en aspaviento por sobrevivir. Mis alas se desprenden. Las llagas en mi cuerpo son bocas con leproso beso. Es todo mi cosmos enano moribundo. Mi vida es necio injerto al sistema solar. Todo el calor cayó de mis manos, sus dedos son jorobas blandas desprendidas en reptiles que se arrastran entre el rictus de mi vida. He penetrado las vaginas amoratadas de las muertas. Me ha raspado el pene la fría resequedad de sus carnes que no se orgasman cuando las despego de mis muslos. No me muerden. Solamente miran para arriba sin sonido en sus miradas. Abren la boca con expresión decaída. El peso de mi cuerpo sobre ellas provoca uno que otro rugir de sus intoxicados intestinos. No existe aurora entre sus pechos, solo emergen ocres pesadillas. Poros secos viajando en el aire contaminantes esporas de fracaso. El amor es un truco y el ilusionista que lo inventó aún anda prófugo. Anida larva en fantasma de durazno. Caí en tropiezos de torpe juventud. Aniquilé el agua blanca del sonido. De bruces caí al vacío de vidrios rotos.

Mi cuerpo está quebrado, mi vida rasguñada. Soy ente extraviado en la gigante noche. Hay una casa deshabitada en la octava nube. Hoyo en el centro caído. Existe una soga aguardándome en mi almohada. Molares, ojos vomitados, cerezas muertas en el jardín trasero. Demolí todos los templos con sus falsas promesas. Con oro hediondo contraté pestañas de hielo trasnochado. Aroma a genitalia vagabunda. Enorme nido de murciélagos, dioses travestis, ano universal. Los seres humanos esperas la redención que nunca llegará.

¿ Dónde están los caramelos arrojados a la basura, dónde están los granos azucarados, dónde está el semen desperdiciado en necias sábanas sin control natal ?

No tengo laguna para mi sed. Vida arrojada a jaula de estiércol donde se hirió un ingenuo que intentó minar el sistema carcelario existencial. El infierno está aquí en este mundo, es húmedo catre duro, frío con goteras en el techo. El averno son los días laborales mal pagados, una semana de áridas jornadas. Estoy cansado de temerle constantemente a la dictadura gubernamental que ultraja a mi país. Se fatigó mi lágrima de brillar. Me puse panzón al tragar mi propio silencio.

Los seres etéreos tenían apariencia de sombra cada vez más solidificada. De nuevo noté ese extraño zumbidillo que emanaba de ellos. Subió de volumen como si algo cobrara fuerza. Entonces sus figuras comenzaron a emitir tonalidades cobrizas y brillantes. Oí sus palabras en mi mente:

Vemos que estás falleciendo. Eres una de tantas criaturas flageladas por las injustas circunstancias que asfixian al planeta Tierra.

En efecto les respondí, mis paisanos contemporáneos garabatearon su accidentado porvenir en un lago desecado. Hace tiempo perdí los pétalos y los zapatos. Ahora sufro. El neón intoxica. El aerosol aborta al aire con un hueco en el ozono. Han defecado químicamente en nuestra área ambiental. Han talado los bosques de la honestidad. La corrupción aniquila el afán de la desesperanzada gente. Las luces citadinas atraviesan la atmósfera contaminada en colores ya rancios. Caminamos con pasos cobardes en el suelo resbaloso de una irreflexión. ¿ Quién es el ser humano ? ¿ Acaso una idea, un microbio, célula cancerosa anónima ? ¿ Somos toxinas en la

galaxia ? ¿ Somos el error, la mentira, la obra mutante y cobarde de algún creador que ni siquiera se atreve a dar la cara ? Por estas razones cuando penetro a una mujer uso preservativo para no sembrar más comunes, inútiles y defectuosas semillas. No deseo descendientes en un planeta que miopes ambiciosos están llevando al deterioro irremediable.

En estos momentos mi mente dejó de elucubrar, tuve la sensación de que los pensamientos eran interceptados por una corriente de energía que se introducía a mi cabeza. Me di cuenta de que estos seres se dirigían a mí y pausadamente me decían:

Debes saber que la vida es una jaula de ladrillos que tienes que romper y con los pedazos de tabique colorearte las mejillas igual a decidido guerrero. Debes saber que con las lágrimas se cauterizan las heridas provocadas por las torpes y egoístas saetas arrojadas por los padres. Varias de tus llagas fueron ocasionadas por tus propias dudas personales, por el temor que se incrusta al tropezar aplastando a los jazmines. Debes saber que un rostro blindado se puede obtener con el vigor de los cuerpos celestes fugaces que caen junto con la lluvia inquieta. Debes saber que cualquiera se puede convertir en una mujer o en un hombre combatiente, decididos a beberse lo caliente que emana el sol. Debes saber que sois invencibles pues vuestra fortaleza llena a la naturaleza con verdades.

Las formas de aquellos seres comenzaron a desvanecerse. Sentí melancolía. Quise alargar la mano para palparlos pero aún era imposible moverme. Sus siluetas ondularon como agua vertical suspendida dentro de la habitación. Los seres se hicieron translúcidos hasta desaparecer completamente.

Después de que abandonaron mi departamento quedé tendido. Drenado de fuerza. La pelusa en la alfombra me picaba la nariz. Todo el fin de semana permanecí ahí tirado en estado semiconsciente. Oriné tendido varias veces.

* * * * * * * * * *

Llegó el lunes. Los ruidos de la calle me espabilaron. Me arrastré a la ducha. Usé ropa limpia. En la cocina puse tres huevos en la sartén pero su consistencia me dio asco. Vertí en cambio leche en la licuadora agregándole miel de abeja y vodka. Mientras sorbía mi sedoso y blanquecino desayuno, Marta abrió la puerta de mi apartamento con su propia llave. En lugar de contestar mis buenos días, inició su monólogo diciéndome:

Últimamente te has convertido en un improductivo bulto.

¿ Y qué quieres que haga si el país se está yendo al abismo ?, respondí.

Marta arrojó a la alfombra el cigarrillo aún encendido que fumaba. Enojado me puse de pie para pisotearlo sobre la mosqueta chamuscada.

¿ Qué te pasa ?, le increpé.

Esto es lo que no me pasa dijo al llevarse una mano para apretar su pubis. No pasa nada. Hace semanas que no hacemos el amor. Siempre que lo deseo estás borracho. ¿ Dónde está el hombre que conocí tan lleno de energía ? Hablando y convenciéndome de que la vida es corta y hay que aprovecharla. Ahora eres un poeta seco.

¿ Acaso ya olvidaste lo celosa que me ponía cuando las mujeres de otras mesas volteaban con curiosidad a la nuestra, donde alardeabas con el cinismo de alguien que sabe lo que tiene ?

Eso fue hace mucho tiempo, contesté. En aquel entonces estaba lleno de ideas y además estabas tú.

¿ Y qué ahora ya no lo estoy ?

Marta rugió poniéndose casi tan blanca como el humo del cigarrillo que fumaba momentos antes.

¿ Qué es lo que deseas ?, inquirí con apatía.

Deseo que vuelvas a acariciarme las piernas bajo la mesa cuando estemos en algún restaurante. No debí divorciarme de mi marido para convivir esporádicamente contigo. La rutina ha matado a la emoción.

Los ojos de Marta se llenaron de agua. Parecían los ansiosos globos oculares de hambrienta gacela. Luego ya no dijo una palabra. Se dirigió a mirar por la ventana. La observé ahí parada. La luz penetraba el delgado vestido modelando sus apetitosas formas. Me levanté rumbo a mi recámara y volví con las llaves del automóvil para convencerla de salir a dar una vuelta, le pedí que ella condujera.

Marta sentada detrás del volante alzó su falda para estar más cómoda, los troncos de sus muslos se veían opulentos. Cuando se detenía en algún semáforo, los vendedores de periódicos atisbaban por la ventanilla para disfrutar con la vista de aquellas estupendas piernas. Ella pretendía no darse cuenta canturreando junto con la radio. Recosté mi cabeza sobre el respaldo del asiento y pensé: Aspiro y vuelvo a tocar con mis uñas negras las rodillas de imaginarias sonrosadas niñas. Al través del polvo se filtra algo de luz gris. Mi paladar siempre está frío. Siento las costillas blandas lamidas por los gusanos del vicio. Sé que apenas me muevo apretado en angosta y pasiva zanja. La grava escurre entre las cisuras de mi cerebro. Los besos de musgo que me da la oscuridad ya no son suficientes. Deseo liberarme de este vicio esclavizante rebosante de licor. Sondeo alrededor entre empañadas lentes. Quisiera ser capaz de asustar a las ratas que han estado anidando entre mis ingles. Me mortifican sus rasguños. Han roído la sangre de la niebla que escurre por mi nariz perforada. Me duele la cintura. Los buitres de la bebida me han arrancado la salud.

Débilmente estiré la mano para introducir mis dedos dentro de las pantaletas de Marta. Tuvimos que detenernos en un semáforo. Los transeúntes que pasaban cerca abrían los ojos al ver dicha escena. Entonces le dije:

Tu humedad hace que sienta mis otros dedos cayendo igual a cremoso rocío.

Marta permitió que yo continuara acariciando su palpitante vulva, el erotismo me reanimó, exclamando:

Mi apatía contigo se desgarra.

El que te va a desgarrar es ése policía, si descubre lo que estás haciendo en plena vía pública, contestó Marta divertida; señalando a un agente de tránsito que estaba en la bocacalle.

Sin embargo, no retiré la mano de donde la tenía, en cambio sí le bajé aún más su breve calzoncito.

Marta gritó riendo:

¡ Te van a dar cadena perpetua por faltas a la moral !

El denso tráfico hizo que pasáramos lentamente junto al gendarme quien instintivamente bajó la mirada para verle las piernas a Marta, tal como lo hacen muchos en la ciudad cada vez que pasa una atractiva mujer conduciendo su automóvil. Al verle la falda tan levantada y mi mano hundida en su pubis, el policía abrió la boca y el silbato que frenéticamente soplaba cayó a su pecho detenido del cordel.

Marta lejos de intimidarse, miró al agente directamente a los ojos al través del parabrisas.

Los demás vehículos rodaban despacio, pasamos al policía de largo, al llegar a la esquina el semáforo cambió al rojo. El agente nos siguió con la mirada, y para mi sorpresa Marta soltó el volante y separando su cadera del asiento se dio espacio suficiente para desprenderse de sus propias pantaletas. El agente volvió a poner el silbato en su boca sin dejar de masticarlo nerviosamente, mientras lo hacía chirriar moviendo las manos para que los coches de la otra calle continuasen circulando; ignorando los bocinazos de los conductores inconformes atrás de nosotros, protestando pues hacía ya tiempo que el semáforo había indicado con luz verde que podíamos avanzar. Al gendarme no le quedó más remedio que darnos la señal para continuar. Sin embargo, como dije antes, en la ciudad hay ocasiones en que el tráfico se desplaza muy pesadamente, esto le permitió al agente caminar al lado de nuestro automóvil sin quitarle la vista a Marta; ella tomó mi mano y la llevó dentro de su húmeda hendidura, sentí los florecientes labios vaginales que temblaban con los espasmos del primer orgasmo, disfrutando que la acariciara mientras los lascivos ojos de aquel policía la lamían con la mirada. Sin apartar los ojos del gendarme, ella guío su propia mano al interior de la vagina y después de jugar con su clítoris, llevó sus dedos a mi boca, al tiempo que decía: Prueba, mi sabor es saladito pues soy sirena citadina.

Chupé sus dedos mientras ella corría la cremallera de mi pantalón liberando mi erecto pene que apresó inmediatamente entre sus labios.

El gendarme quedó fuera de sí ante lo que estaba viendo, se dirigió a la ventanilla cerrada tocándola con los nudillos indicando que nos orilláramos hacia la banqueta.

Ignorando que se proponía hacer aquel exaltado policía, Marta aceleró sorteando algunos automóviles para ponerse fuera de su alcance. El gendarme quedó atrás dando resoplidos a su silbato, el cual instantes después escupió enojado para proferir toda clase de amenazas las cuales ya no alcanzamos a escuchar, la música del tocacintas las ensordeció junto con nuestras sonoras carcajadas.

¿ Ahora ya estás contento ? preguntó Marta riendo, a lo que agregó: Eres un exhibicionista.

Pues tú no te quedas atrás, repliqué también riendo.

Marta suavemente continuó acariciándome, en esos momentos al salir mi semen imaginé como se quebraban los vidrios de una ventana inútil, los vi saltar en pedacería brillante, liberando mi ánimo.

Luego me dije a mi mismo:

Vivo, pues toco y destello. Hay muchedumbre en mis pensamientos. Veo. Se quebró la eutanasia, los potros esperan ser montados. Salen de mis poros hilos de cobre albino. Sé que estoy reviviendo. Abrí los brazos y el silencio se rompió. Cerré los brazos y la realidad crujió.

Sigo viviendo. Aún no he muerto. Vivo en este dramático, despedazante, ruidoso, plateado, cimbreante, cilíndrico, cenagoso, deslumbrante, acalorado, inútil, injusto, flaco, espeso, huraño, detonante, embriagante, desconcertante, enloquecedor, pero aún mejorable mundejo.

* * * * * * * * * *

Ya entrada la tarde regresamos a mi departamento en Tecamachalco. Voy a ducharme, dijo Marta con voz de hastío, luego volveré a mi casa; en tu apartamento ya no se produce algo gratificante. Ella jamás volvió.

Para rebatirla aunque fuese a la distancia, sin que ella fuese capaz saber lo que yo pensaba, busqué hojas de papel, y para negar que yo ya estaba estéril de palabras escribí:

La casa de un poeta tiene lluvia en los roperos. El hogar del pequeño poemario está lleno de larvas, cuadernos de caligrafía, caderas digitales y algunos mapas interestelares. En donde vive un poeta la enredadera seduce a los cráneos. El océano espera en la tina de baño. Donde vive un escritor hay un manzano en medio de la sala. Los gritos inconformes tapizan las paredes. Existe el escondite para el ladrón de lunas. Crecen en maceta las contradicciones. El poeta vive donde la realidad se embaraza con la tinta. En la casa de un poeta se fabrican vendas para los heridos emocionales y muletas para los decapitados. Aquí se bebe sangre endulzada con granitos de la estrella Volvox. Se organizan rifas donde las prostitutas ganan el premio de matar a un cliente. Hay invernadero cuidado por los huérfanos. En donde vive un escritor, las lagunas mandan telegramas, los mineros respiran libremente, la leucemia y el cáncer uterino se acobardaron. Los viejos llegan a esta capilla literaria a lavarse su artritis emocional. Mi hogar es un carnaval de lápidas renunciadas. El poeta tiene un directorio de amigos desconocidos y amantes exhibicionistas en una agenda en donde él nunca acude a las citas puntualmente. En la casa de un poeta existe el nicho para la pandereta robada. En donde vive la tinta crece el trigo azul y la computación alimentada de granizo relativo. Donde vive la pluma el viento huracanado abre las puertas para el redoble de tambores húmedos, corre el licor japonés abierto en amuletos afectivos. La casa de un poeta es reto para los que viven uniformados en lodo y fungus prejuiciosos. Quien mate a un poeta maldecirá a sus propios descendientes, marcándolos como interceptores de la lluvia que necesitan los lotos. Sin la poesía el burdo circo de la sociedad seguirá engendrando el falseado maquillaje con el que se evade la sinceridad, persistirá el engaño que se inyecta la estafada, se ahondarán las cloacas donde se cultivan las falsas apariencias, permaneciendo el piano donde se rompieron los dedos aquellos que pretendieron arañar a la espontánea música personal. La poesía no es otra cosa que daga endulzada o espina calibrada. La poesía vivirá en una casa con las ventanas abiertas adornadas con escarcha lacrimal. Aquí se inventan las vacunas para luciérnagas tuberculosas, se teje la horca para los dictadores y se abanica la brisa para los fugitivos soñadores inconformes.

©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.

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