29 LAS ISLAS DEL SOL NACIENTE

© Manuel Peñafiel, Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.

6/5/202510 min read

                                  1 Autorretrato con Cristina en Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

Visitar Japón no basta con hacerlo una sola vez. Durante meses ahorré el dinero necesario para otro viaje en el año de mil novecientos ochenta y cinco. En Tokio acudí a la Embajada de México, donde tuve la suerte de conocer a Jaime el Agregado Cultural, su ayuda me contactó con galerías y gente del ramo hasta lograr que un salón de fotografía en Ginza abriera bondadosamente sus puertas para exponer mi obra.

Jaime me presentó a Hiromi san el intérprete de la embajada, quien amablemente me condujo por el intrincado protocolo oriental con la ayuda también del otro gentil traductor Aníbal san.

Para economizar yenes me mudé del hotel a un pequeño departamento situado en el barrio de Shibuya. Temprano trotaba en el extenso parque Yoyogi donde acuden macizos deportistas. Los domingos este parque se convierte en inmensa pista de baile para jóvenes de ambos sexos que llegan con sonoras tocacintas apabullando timidez con buen rock.

Fueron varias mañanas las que acudí al cementerio Aoyama Buchi donde apuntaba la cámara a exquisitos ángulos. Las ofrendas florales en contenedores de piedra con su piel porosa pegada al leve pétalo del cerezo donde el agua reflejaba la bóveda celeste, aquel brillantino líquido en dilema de evaporarse al infinito, o saciar la sed del ser humano anhelando renacer bajo las intrincadas ramas del árbol Sakura expandiéndose en vegetal galaxia, cuyos pétalos ruborizados cual tímidas mejillas femeninas aderezan las lápidas que permanecerán erectas aún después de las plegarias y tifones.

El cementerio alberga a la muerte, sin embargo permanece vivo con visitas de la gente que deposita humeante incienso que se expande formando dibujos de intangible porcelana. Después de que los festejos Haranni concluyen los cerezos dejan caer sus pétalos satisfechos por haber adornado la virginal primera estación del año; es entonces cuando las tumbas quedan quietamente solitarias, y los pequeños santuarios se adornan en forma natural e impredecible con la flor que se baña en agua santificada.

Aoyama Buchi en forma silenciosa recibe los obsequios de la naturaleza floreciendo anualmente, es entonces que la floración deposita sus adornos para que los difuntos sepan que la primavera ha llegado.

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             2 Cristina poniéndose su yukata en el apartamento de Shibuya, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

La ciudad de Tokio fue extraordinaria anfitriona. Viva metrópolis que me llevó por ríos nocturnos de neón y durante el día hacia templos y santuarios milenarios. El maravilloso Japón vive en progreso técnico conservando tradiciones ancestrales, lástima que sus pescadores continúen masacrando a las ballenas.

Acudí a algunos teatros donde en el escenario se representan leyendas con actores vistiendo elegantes atuendos bordados con diálogos y muecas bajo los sorprendentes maquillajes del Kabuki. La función se desarrolla con la música de instrumentos de cuerda, sonoras gesticulaciones de narradores y una coreografía bañada de pececillos eléctricos nadando entre los sables de recios samurais.

Visité varios lugares con belleza desbordada eternamente. Caminé sobre la sonora grava de Nikko, donde uno de los señores feudales del siglo diecisiete construyó un archidecorado santuario enclavado en el bosque. La mirada no alcanza para abarcar todo el esplendor del País del Sol Naciente. Mojé mis manos en el lago Chuzenji. Las cascadas de Kegon y Ryuzunotaki, pronunciaron sus nombres con húmedas vocales.

En otra ocasión acudí temprano a la estación para comprar los boletos del tren bala. Obtuve asiento en la mera punta ante la enorme ventana la velocidad devoró los kilómetros del riel que llevó me al lago Hakone. El volcán Fuji san se ocultó tras las nubes, probablemente no fui digno de que me mostrara su magnificencia.

Sin embargo, meses más tarde cuando subí a la Torre Tokio emocionado pude vislumbrar la silueta del volcán alzándose entre un despejado atardecer dorado.

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                                                         3 Cristina con yukata azul, Urawa, Japón, 1985

Hojeando libros en una de las tantas librerías que existen en Tokio, descubrí hermoso tomo con fotografías de hombres y mujeres tatuados. Se lo llevé a Hiromi san y le pedí que por favor preguntara en la editorial quien era el artista que había decorado aquellos cuerpos. A Hiromi san le dieron dos nombres.

Uno de ellos era Mitsuaki Ohwada san, con quien se puso en contacto para explicarle que mis deseos eran fotografiarlo. Acudí a su estudio en el Puerto de Yokohama donde me recibió junto con su esposa Akie san e instantáneamente hicimos amistad que aún perdura.

En una compañía gráfica muy grande conocí a Minami san uno de sus editores con quien también fundé sincera amistad.

Una noche de verano me invitó a una fiesta en la azotea del edificio donde vive un amigo de él que se dedica al cultivo de árboles en miniatura llamados Bonsai. La velada transcurrió entre varios personajes de la cultura. Fuimos atendidos alegremente por el anfitrión quien nos llevó entre los estantes de su invernadero pletórico de macetas formando diminuto bosque urbano. Nunca había visto tantos Bonsai juntos, nos mostró bellas antigüedades y quedé sin palabras suficientes de agradecimientos cuando me obsequió una tetera de bronce del siglo dieciocho.

Dentro de las amistades de Minami san conocí a la señora Ogawa quien trabaja en una escuela para niños y niñas sordomudos. Me invitó a mostrarles las fotografías de México. Me dirigí a ellos en inglés mientras el director de la escuela convertía las palabras a su lenguaje signado con movimientos corporales de valor significativo. Cuando les dije a los niños que ellos y yo éramos parientes dejaron escapar exclamaciones y gestos de incredulidad. Repetí que era cierto ya que los primeros pobladores de la América llegaron de Asia cruzando el estrecho de Bering cuando las aguas del océano estaban bajas y probablemente congeladas.

Al mostrarles las fotografías de las esculturas olmecas y mayas empezaron a convencerse al ver en los rostros pétreos ojos alargados y pómulos salientes rasgos semejantes a los japoneses. Les platiqué que la forma en que se visten algunas mujeres indígenas es similar a la manera en que las japonesas enredan el kimono alrededor de su cuerpo. Los atuendos que portan las mujeres del Estado de Oaxaca aún guardan similitud a las prendas de vestir orientales, inclusive las oaxaqueñas en su arreglado cabello introducen agujas decorativas como lo hacen las japonesas. También entre las civilizaciones prehispánicas se usaba el tatuaje con diseños elaborados como aún se aplica hoy en Asia.

En otra ocasión me presentaron a la señora Nozomi san con quien hasta la fecha mantengo correspondencia ella aprendió a hablar en estupendo español, estando allá me invitó al Urawa Dori que son los festejos anuales veraniegos, cuando la gente sale a bailar a las calles usando elegantes yukatas.

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                                                 4 Monje anciano, Tokyo, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

El jueves 19 de septiembre de 1985 descansaba despreocupadamente en mi departamento de Shibuya cuando el verdugo telefónico me sobresaltó, sonó varias veces antes de descolgarlo. Escuché la voz de una amiga japonesa quien me informaba que había oído en las noticias acerca de un terremoto en mi país. Le agradecí la información pero no le di importancia, ya que esto es común en México. Pensé que había sido otro de tantos movimientos telúricos sin grandes consecuencias, agrandado por los noticieros amarillistas.

Transcurrida la mañana sonó de nuevo el teléfono ahora era Minami san quien me expresó que sentía mucho lo sucedido en la Ciudad de México. Quedé con incertidumbre pues no sabía de que hablaba.

A los pocos minutos la tercera llamada sí me llenó de intranquilidad esta vez se trataba de una amiga brasileña quien dijo que me acompañaba en el luto mexicano, y como hermana latinoamericana se unía al duelo. Ansioso por enterarme corrí al televisor su pantalla mostraba mi ciudad natal terriblemente dañada por el intenso sismo que la había sacudido. Las ruinas daban la impresión de que las casas habían sido abatidas por un bombardeo aéreo. No entendía lo que decía el locutor japonés. Mi malestar aumentó. Telefoneé a la Embajada de México en Tokio, y fue entonces que se me informó de la magna tragedia.

El servicio telefónico de la capital mexicana estuvo suspendido durante varias semanas la torre principal se había colapsado lo mismo que muchos otros edificios y hogares.

Mi país flagelado por crisis económicas ahora tenía un nuevo mal. Destrucción ocasionada por aquel devastador sismo. Viví días de áspera tristeza e incertidumbre al no tener más noticias

Fue otra mañana en la que por el auricular escuché la voz de una mujer que se identificó como periodista colombiana. Dijo que se encontraba haciendo labor social al comunicarse con los mexicanos que vivían en el extranjero. Como el servicio telefónico estaba interrumpido.

Días más tarde recibí una carta que decía que mi amigo Miguel Ángel había fallecido. Tardaron varios días en encontrar su cadáver bajo toneladas de escombros. Fueron los perros entrenados por Francia los que olfatearon el sitio donde se sepultado. El vivía en un viejo edificio céntrico, parte de sus pertenencias fueron halladas en el lote baldío adyacente. Se me dijo que entre los rotos ladrillos estaba un libro que yo le había dedicado, lo mismo que una colección de recortes de mis entrevistas periodísticas. Entre los escombros se halló una foto donde aparecíamos sonriendo juntos en el Colegio Tepeyac, Mickey aparecía fuera de foco ya que siempre fue sensible e hiperactivo. Lo imaginé corriendo asustado en aquellas oscuras escaleras buscando la salida entre las crujientes mandíbulas de aquel demoledor sismo.

Lloré mucho. Él había sido también cómplice en ilusiones juveniles. De nuevo la muerte me impedía saborear la madurez al lado de personas queridas.

Como me encontraba en Oriente me fue imposible asistir a su cremación. En el pequeño departamento en Tokio encendí miles de velas mentales en memoria de todos mis paisanos perecidos en aquel terrible catástrofe.

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                                        5 Arqueros a la usanza antigua, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

Tendré que volver al admirable Japón donde dejé queridas amistades de las cuales aprendí mucho. El espíritu se nutrió en esta tierra donde el respeto al prójimo se halla inculcado entre la gente con veneración al medio ambiente natural. La ecología sana es convicción espontánea y eficaz entre los habitantes de esta nación que dejó impresas en mi mente las bellas escenas en los ukiyoes del maestro pintor Utamaro.

Deseo retornar a la tierra de la avanzada electrónica donde las rutas del progreso aún se ven andando beldades envueltas en oníricos kimonos. Humildemente le pido al destino que proteja y conserve hasta el final de los tiempos a sus exquisitos lotos femeninos. Durante mi estancia en Japón conocí a Mika y a Mariko, ambas beldades dejaron imborrables recuerdos, la personalidad de aquellas mujeres japonesas siguen floreciendo aún en mi memoria. Durante mi estancia en Asia conocí y fotografié a Liza, protagonista de una fábula oriental de Corea del Sur.

Fueron ocho meses los que viví en un departamento ubicado en 18 - 2 Kamiyama-cho en el alegre y bullicioso suburbio de Shibuya-ku, donde sucedieron significativos eventos, algunos los vi otros se escurrieron entre la gente semejantes a noticias sin imprimir, como los que narraré a continuación.

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De izquierda a derecha:

6 Monje, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

7 Capilla Toshogun en Nikko, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel.jpg

8 Capilla Yasukuni Tokio, Japón 1985.jpg.jpg FINAL

9 Autorretrato con el Maestro Tatuador Mitsuaki Ohwada Horikin a la derecha, Yokohama, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

10 El Arte del Maestro Tatuador Mitsuaki Ohwada Horikin, Yokohama, Japón, 1985

11 ©Manuel Peñafiel - Autorretrato en Tokio, Japón,1985

12 Con mi modelo, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

13 Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

14 Mi modelo con abanico, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

15 Mi modelo cubriéndose con abanico, 1985 ©Manuel Peñafiel

16 Mi modelo, Tokio, Jpón, 1985 ©Manuel Peñafiel

17 Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

18 Mi Modelo, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

20 Mi modelo, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

21 Mi modelo, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

22 Mi modelo, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

23 Mi modelo, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

24 Mi modelo, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

25 Mi modelo, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

26 Mi modelo, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

27 Mi modelo, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

28 Víctima de la Guerra ©Manuel Peñafiel

29 La diosa japonesa Izuma, 1996 ©Manuel Peñafiel.jpg

30 Penacho real, 1996 ©Manuel Peñafiel

31 Ave real ©Manuel Peñafiel

32 Espejismo Oriental, 1996 ©Manuel Peñafieljpg

34 Flamas en Oriente,1987 ©Manuel Peñafiel

35 El Abanico, 1987 ©Manuel Peñafiel.jpg.jpg

36 Sirena Aérea, 1996 ©Manuel Peñafiel

37 Flamas en Oriente, 1987 ©Manuel Peñafiel

38 Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

39 Mi modelo japonesa, en Tokio, Japón, 1985

40 Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

41 Fábula Oriental, 1996 ©Manuel Peñafiel jpg

42 Flamas en Oriente, 1987 ©Manuel Peñafiel jpg.jpg

43 Ave imperial, 1996 ©Manuel Peñafiel

44 Sirena, 1996 ©Manuel Peñafiel jpg

45 Torii arco purificador, 1996 ©Manuel Peñafiel

46 Buceadoras de perlas, Toba - shi, Japón, 1980 ©Manuel Peñafiel

47 Buceadoras de perlas en Toba - shi, Japón, 1980 ©Manuel Peñafiel

48 Buceadoras de perlas de Toba - shi, Japón, 1980 ©Manuel Peñafiel

49 Buceadora de perlas, Toba - shi, Japón, 1980 ©Manuel Peñafiel

50 Arqueros, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

51 Luchador de Sumo, Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

52 El Gran Buda de Kamakura, Japón, 1980 ©Manuel Peñafiel

53 Parque en Kamakura, Japón, 1980 ©Manuel Peñafiel

54 Mujer con kimono, Tokio, Japón, 1980 ©Manuel Peñafiel

55 La Ceremonia del Té, Tokio, Japón, 1980 ©Manuel Peñafiel

56 Santuario Tosho - gu, Nikko, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel.jpg

57 Monje budista, Tokio, Japón 1985 ©Manuel Peñafiel

58 Monje orando, Tokio, Japón 1985 ©Manuel Peñafiel

59 Torii Santuario Yasukuni Tokio, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

60 Bosque, Nikko, Japón, 1985 ©Manuel Peñafiel

©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.

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