39 LAS CAVILACIONES

© Manuel Peñafiel, Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.

6/5/20259 min read

Desde que entré en contacto con el sexo opuesto me ha interesado averiguar en que consiste a lo que se le llama amor, pero sigo intrigado, pues en mi persona la libido termina asfixiándolo, empujándome a buscar la satisfacción fuera del recinto monogámico. En estas accidentadas memorias no menciono a todas la mujeres a quienes he disfrutado.

Durante años me he responsabilizado por mis fracturadas relaciones, pero de nuevo vuelvo a elucubrar en que consiste esa intercomunicación denominada amor.

Mi peregrinaje erótico comenzó a los doce años, cuando aquella soleada tarde acudí al barrio de Peralvillo para contratar los servicios de una joven prostituta. Lejos de traumatizarme la experiencia, como sé que les ha sucedido a algunos, yo disfruté aquel breve encuentro. Aún recuerdo el azul celeste de sus pantaletas cuando surcaban aquellos macizos muslos. No usaba perfume, ni cosméticos caros, su natural belleza no era opacada por la modesta tela de su vestido, ni por el desgaste de aquellos zapatitos empolvados de tacón alto con la piel desprendida por el constante uso. Arrojada por dramáticas causas hacia aquel trance existencial, tomó el dinero y sin contarlo me invitó a regresar a visitarla. Jamás volví. Tal vez hoy, es ya una prematura anciana o su vida terminó violentamente.

* * * * * * * * * *

La nostalgia me invade pensando en Rosa, mi primera novia. Después de tantos años me gustaría encontrarla para decirle: Trataré de reconstruir poema semiborrado en la memoria, cuando apareció tu presencia en mis años mozos, época sencilla de espontáneos gozos. Me gustaría escribirte algo con aquella tinta juvenil y fresca, más mis bolsillos de ilusiones secos están roídos y mi piel ya no es tersa. Aún así exprimiré recuerdos, aquellos de carnosos episodios agitadamente calurosos. También recordaré tus pómulos de entregada niña, creyendo en mí a pesar de la crecida petulancia que yo delataba en mis facciones trasnochadas. Fuiste morena orquídea floreciendo en perfumados dedos, amasando mi fisonomía de vampiro egoísta, mordiendo tu carne, el sabor me hizo insaciable, desde aquel entonces necesito frescas ninfas. Más la historia nuestra tuvo matices suaves, cuando tu tostada piel yo deseoso aprisionaba, arrebatado en trópico caliente. Te escribía cartas, poemas, canciones en besos de confeti, abrazándote en los rincones oscuros de tu casa, nuestro amor era bandera en medio de la plaza. Las fantasías se canceraron, la vida tuerce los caminos de quienes anduvimos de la mano, nuestro equipaje está concurrido de tristezas y agrios duelos. Aún así después de tantos años vuelves a mí la mente es capaz de reconstruir prados y jardines, tú para mí serás siempre joven novia adornada con jazmines.

Toma este poema, llévalo a la almohada, para que sepas que no has vivido en vano, ya que nunca te perdiste en horizonte malo. Y si alguna vez alguien me pregunta, ¿ Qué ha sido delicioso a mi paladar mundano ? Responderé que no ha sido néctar ni rojo vino, sino tu sabor que aún florece con amplia alegría, eso has sido siempre tú, Rosa de día.

* * * * * * * * * *

El recuerdo de Ana María es el de una dama. Después de nuestra separación a conocí a Nora quien era alcohólica, solíamos beber hasta embrutecernos antes de revolcarla bruscamente en la cama lo cual lejos de intimidarla hacía que se comportarse melosa. Azotar sus amplias nalgas con las palmas de mis manos durante la cópula nos provocaba fuerte excitación en aquel violento lecho, donde disfrutaba su carne hermosa y voluptuosamente mente distribuida, carne deliciosamente acomodada en protuberancias, valles, pechos, poros, líneas redondas. Carne blanca, luego rojiza, rasguñada, transpirada. Carne que se meneaba como olas gritando ser bebidas, magulladas; selva de leche pidiendo ser abierta con la lengua en medio de mareas, pubis, rendijas, rodillas, pezones y nuca. Huracán perfumado, caderas bien torneadas tantas veces atravesadas con mi espuela. Muslos fríos, luego hirviendo en calentura. Carne que gemía, que se mojaba, soltando crema en el momento en que los ojos y los labios se apretaban.

Carne: hermoso banquete, suculenta compañera.

Esos episodios eróticos se disolvieron entre los cubos de hielo de una bebida preparada, para darle paso en mi vida a la candorosa presencia de aquella chiquilla llamada Feliza, quien en mi memoria compuso imborrable sonata rústica, su recuerdo es el que más amo de todos.

* * * * * * * * * *

Después llegó Marta la pintora, erótica, filósofa, tabacómana e incansable seductora. Con sus extensos dedos de bruja urbana me acarició la piel y los sentidos. Vestida igual que submarina gitana llamaba la atención en una ciudad plagada de esnobs y conformistas. Desafiábamos al mismo aire, irrumpiéndolo con nuestro tufo satisfecho. Nos besábamos entre discusiones y risas, nos mordíamos con colmillos afilados de aventura. Marta pintó mi retrato, con mi cabeza que es mi todo separada del cuerpo, flotando entre pliegues de poemas, en el lienzo ella imaginó mi cámara fotográfica dispuesta en la playa igual que hambrienta ballena desorientada.

Enredada a mi cuello aparece una serpiente verde simbolizándola a ella, quien predijo que de ella jamás me olvidaría.

Marta nació en la Ciudad de México, pero bien pudo haber sido resistente esquimal contra glaciares solitarios. Ella llegó al arte cuando la grieta del tiempo ya había parido a los grandes y a los oportunistas. Su juventud transcurrió con paisaje de color herido con vespertina pólvora asesina detonada en la Plaza de las Tres de Tlatelolco en la Ciudad de México en contra de los estudiantes y ciudadanos que repudiaban al corrupto gobierno; su hermano tuvo que huir al extranjero perseguido por la dictadura.

Marta fue citadina huérfana acosada por su confesor en la penumbra eclesiástica. Ella trató de cocinar hechizos, pero a sus hierbas aromáticas las sofocó el denso smog. Criatura de foresta de concreto y monóxido de carbono, estudió en La Esmeralda, aquella antigua escuela de artes que fue guarida de imaginativos murciélagos que pernoctaban entregados a la creación, estando ahí, Marta pintó sus absueltos pecados, la espinada soledad, los calabozos donde yacían los cadáveres de sus mozas ilusiones. Mientras sujetaba su larga boquilla con el cigarrillo encendido, daba pinceladas sobre hambrientos maniquíes antes de que fallecieran por inanición en esta arca mundial de vacío. Aunque el suprarrealismo ya había sido estrujado, ella lo bordó con vapor intrigante. Las anatomías derramadas en sus cuadros son de ancho océano reventado contra los riscos del misterio. Por sus paisajes cromáticos yo viajé a las reminiscencias del Tibet, abriendo las escotillas por donde miramos a un futuro incierto.

Mi relación con Marta la pintora ahora es una lápida selenita colocada señorialmente en un universo, donde nuestros egos rugieron con lava independiente.

* * * * * * * * * *

Echo de menos a Ricardo y a Renée, mis amados ausentes padres, a quienes les tocó la confusa y ardua tarea de mover una época, ellos se trasladaron al periodo moderno sin previo aviso, los empujaron a realizar objetivos para los cuales mis abuelos no los habían prevenido. Dieron el salto, se aventuraron, rasguñando sus personalidades con la velocidad de la entrega. Trataron de hacerlo lo mejor que pudieron, aún eran muchachos cuando se convirtieron en padres de familia. Las tremendas responsabilidades empresariales endurecieron a mi padre, la neurosis le asfixió la sonrisa. El cristal hogareño se cuarteó, ya no fue posible reparar la ilusión desvanecida en fumarolas de humo amargo.

La marejada existencial los ahogó, se fueron de esta vida sin disfrutar la alegría que dan los nietos, se alejaron en calendario apresurado, sin poderse despedir dignamente.

Renée se marchitó, el espejo de sus mañanas se empañó, ya no fue capaz de recuperar su propio rostro ensombrecido con canas de contrabando en su prematura vejez. Era aún joven mujer cuando su vapuleado cuerpo por la pena perdió los ánimos para ordeñarle esperanza a la ubre de la vida. Ricardo ya sin ella tosió, atragantándose con sus culpas, durante las noches cavaba trasnochada sepultura.

Me pidió ayuda, pero no encontré la receta para hacerle una transfusión a un guerrero con el sable del ego oxidado. La herrumbre perforó sus entrañas que sangraron con el ocre con que se unta el espectro que ronda en el desasosiego.

Aunque fui su hijo, parecía que por el contrario ellos se debían a mi cuidado. Padres jóvenes que me hicieron su soporte emocional añejado a destiempo, con sus fallas cortaron mi dermis psicológica la cual jamás me cicatrizó, aún arrastro las inseguridades de un niño que no aprendió a erguirse espontáneamente.

Me ofrecieron en sacrificio sobre el altar de su helado desconcierto, con canibalismo paternal me devoraron, pero no fui suficiente para saciar sus deterioradas vidas. Mi madre Renée se apoyó tanto en mí, que hasta la fecha mi columna vertebral adolece por el peso fantasmal.

Mi padre Ricardo me exprimió deseando que yo fuese un empresario aún más pujante que él, pero al darse cuenta de que yo estaba decidido a dedicarme al arte fotográfico y a la literatura me vapuleó con su despectivo sarcasmo. Fueron muchos años durante los cuales busqué su reconocimiento sin hallarlo, viví cual topo urbano en un oscuro y frío departamento en el primer piso mientras los altos edificios del fraccionamiento de Tecamachalco bloqueaban el calor del sol, residiendo ahí mis días padecieron caries existenciales.

Aún así mis padres tuvieron aciertos que implantaron en mi yo profundo, los cuales florecen durante las floridas estaciones de mi idiosincrasia la cual es capaz de convertir en verano el invierno de mis dudas.

* * * * * * * * * *

Fue durante el último año de la escuela preparatoria en 1966, cuando un día Agustín Gutiérrez Flores el maestro de literatura sorpresivamente nos comunicó que el examen final no sería como los tradicionales elaborados a base de preguntas y respuestas. Sino que para aprobar su materia, cada uno de nosotros le debíamos presentar una obra literaria extraída de nuestra propia inspiración. A pesar de nuestras protestas, él no cedió, impasible siguió diciéndonos que podíamos llevarle un cuento, ensayo, novela o poesía.

El pánico cundió entre los alumnos, muchos pensábamos que aquel maestro había perdido el juicio al ocurrírsele exigirnos tal cosa. Nuestros ruegos no le hicieron cambiar de parecer. Estábamos preocupados, aquella era una tarea inconcebible, ¿ cómo sería posible extraer de nuestro holgazán cerebro una obra de esa magnitud ?, la cuál requeriría un esfuerzo para nosotros jamás desempeñado. Algunos de mis compañeros corrieron a la biblioteca para buscar alguna novelilla poco conocida para robarse ideas, otros se dedicaron a plagiar algún artículo periodístico o alguna corta narración publicada en revistas. Algunos condiscípulos acudieron a conocidos suyos aficionados a la literatura para que los auxiliaran, tal fue el caso de mi amigo Lorenzo, a quien el pretendiente de una prima suya, que aspiraba a ser escritor le cedió uno de sus cuentos. Aunque deseo aclarar que no todos mis compañeros recurrieron al plagio.

Estuve rompiéndome la cabeza durante varios días, hasta que se me ocurrió recopilar las letras de las canciones que yo componía en el grupo de Rock al que yo pertenecía como cantante.

Con suma torpeza las transcribí en mecanografía en forma de estrofas y cuartetos para aparentar que eran poesías. Junto con mi amigo Lorenzo, busqué una palabra rimbombante en el diccionario con la cual intitular mi minúscula obra, la cual llevé a un taller de encuadernación para que empastaran las hojas entre bonitas cubiertas de piel color azul a las cuales el gentil artesano encuadernador les grabó flamantes letras doradas que decían: Cavilaciones.

Después de leer los trabajos, el maestro los fue entregando con la calificación asignada, cuando llegó mi turno, me llamó a su escritorio. Pensé que me iba a reprobar, así que me acerqué asustado. Por el contrario, obtuve buena calificación y un comentario que jamás olvidaré: No lo haces mal Peñafiel, continúa escribiendo.

Desde aquel día me creí "poeta". Fue entonces que comencé a escribir poemitas a mis novias y algunos relatos que jamás mostré a ninguna persona. Gracias a las palabras de incentivo que vinieron de aquel maestro durante una época en que yo no creía en nada ni en nadie y mucho menos en mí mismo, fue que hallé la bondad y nobleza de la pluma y del papel, los cuales me han reconfortado en incontables ocasiones, permitiéndome desbordar sobre su tersa blancura mis frustraciones, imaginaciones y pasiones en tropel.

Para mí escribir ha sido un beneficioso desahogo que me ha permitido sortear la vida con mi peculiar forma de ser que carece de la aptitud para socializar adecuadamente.

Aquel profesor de literatura en el Colegio Tepeyac era adusto, nos amonestaba por nuestra ignorancia, urgiéndonos a leer a los maestros de la literatura, sin embargo, la mayoría de nosotros éramos intranquilos muchachos incapaces de tomar un volumen de buena lectura por iniciativa propia.

En 1975 después de publicar mi primer libro intitulado El Estado de México el cual contiene fotografías y textos míos, busqué el paradero de aquel maestro, deseaba obsequiárselo con una dedicatoria expresando mi gratitud, desgraciadamente no fue posible hallarlo, su muerte me lo impidió.

Así que sí él no consideraría irreverente este libro que narra ciertos pasajes de mi vida, y si aquel profesor no calificaría de profanas estas imperfectas pero sinceras líneas, yo le expreso aquí mi gratitud. Anhelando que él se halle en aquella dimensión donde vacacionan los seres humanos que han dejado un legado.

Si el profesor don Agustín Gutiérrez Flores, tiene la oportunidad de atisbar a este mundo, deseo comunicarle que le estoy muy agradecido por lo que hizo en beneficio de aquel desorientado mozalbete que halló refugio escribiendo íntimas angustias y esplendorosos espejismos.

* * * * * * * * * * * * *

©Manuel Peñafiel - Fotógrafo, Escritor y Documentalista Mexicano.

El contenido literario y fotográfico de esta publicación está protegido por los Derechos de Autor, las Leyes de Propiedad Literaria y Leyes de Propiedad Intelectual; queda prohibido reproducirlo sin autorización y utilizarlo con fines de lucro.

This publication is protected by Copyright, Literary Property Laws and Intellectual Property Laws. It is strictly prohibited to use it without authorization and for lucrative purposes.